Bajando
por un senderillo que serpenteaba en la basta llanura, cerca de una
quebrada oculta por una mora de desvencijadas ramas, se hallaba la
cueva de la vieja Cata. Vivía la bruja desde inmemoriales tiempos en
una comarca de campesinos, labradores y pastores en el frío páramo
serrano. No hablaba con nadie, pero se la podía observar de lejos
sentada en la punta de una formación rocosa conocida como la “uña
del diablo”, fumando un puro y observando a los pastores de quienes
no perdía ni pie ni pisada. Con el cuero viejo y arrugado y el
espinazo arqueado como ave de rapiña, con los cabellos negros que
como puyas aparecían debajo de una especie de sombrero que le
proporcionaba una apariencia siniestra, esperaba que las sombras
cubrieran la campiña para preparar brebajes, hechizos y pociones que
sólo se podían hacer bajo el cobijo de la luna cómplice. Siseaba
una tétrica cancioncilla aprendida de un viejo brujo de quien había
sido aprendiz y que según le dijo, servía para alentar a las ánimas
a que vinieran en su ayuda.
Tenía
mirada de lechuza y era imposible calcular su edad pues, el más
viejo de la zona que ya tenía nietos grandulones, decía recordarla
vieja cuando él mismo era un mozuelo.
Sin
la posibilidad de sobrevivir de otra cuestión que no fueran las
artes oscuras, muchas veces robaba de aquí y de allá animales
pequeños como gallinas y becerros que le servían para subsistir en
un ambiente cada vez más hostil; sin embargo, y a pesar de que todos
sabían de sus hurtos ocasionales, nadie se atrevía a lidiar con
ella pues les aterraba que pudiese echar el “mal de ojo” sobre el
que osara molestarla.
Entre
las pocas posesiones de la bruja se hallaba una vieja varita hecha de
plumas de arpía, heredada sin duda de su madre; un fogón teñido de
todo el hollín del tiempo y un caldero, pero ninguna de sus
pertenencias era tan importante como una mata a la que solía llamar
“Cuno Cuno”. El extraño arbusto tenía el tronco rojo carmesí y
las hojas de un amarillo más intenso que el sol, casi como el oro y
para vivir, no necesitaba de más luz que la que ella misma se
proveía. Recordaba Cata las muchas recomendaciones que le hiciera su
antiguo maestro cuando se la confió:
“Provéela
de líquido, cualquiera que éste fuera; si quieres transportarla
solo debes meter en tu bolsillo una hoja dorada y colocarla sobre el
sitio que escogiste y renacerá para servirte nuevamente; pero
escuchar debes este consejo atentamente: Trátala como tu posesión
más preciada y ámala, pues no sabe contener su poder cuando se
siente odiada”.
Crecía
el árbol fuerte y frondoso en una esquina de la cueva, las raíces
se incrustaban en la tierra y el tronco se elevaba por fuera del
hogar de la anciana. Tenía muchas propiedades mágicas, por ejemplo,
podía curar casi cualquier enfermedad, sus flores emanaban un
perfume delicioso al que las indígenas atribuían cualidades
esotéricas sobre sus maridos, además, daba los frutos más variados
en cualquier época del año, sólo bastaba frotar una vez al día
sus hojas pronunciando las palabras mágicas:
Matita
de cuno cuno, color de la mantequilla
Ante
ti acudo muerta de hambre
Dame
sandías, peras y granadillas
¡Dámelas
en este instante!
Y
las hojas amarillas del árbol se sacudían estremeciendo la tierra,
las raíces parecían cobrar vida y el tronco vertía un líquido
sanguinolento como si estuviera el árbol pariendo el pedido hecho.
De pronto, de sus entrañas salían las frutas del tipo deseado; para
obtener otras solo había que cambiar los versos de forma
conveniente. Así, podía dar en la mañana sandías, moras,
frutillas y avellanas y en la noche granadillas, manzanas, uvas y
peras; mas, siempre exigía que el pedido se hiciese luego de frotar
sus hojas e invariablemente en verso. Cata la tenía en un lugar
especial de la cueva protegida de los roedores y de los animales de
las cercanías.
Un
buen día la vieja salió a sus andanzas nocturnas a ver que podía
hurtar y se encontró con un pequeño chivo. Jadeante llegó a la
cueva con el animal a cuestas que entre chillidos y cornadas
finalmente se dejó atar en una asta justo en la entrada de la cueva.
Hacía
tiempo que los indios habían reforzado la seguridad de sus corrales
por lo que la dieta de Cata estaba restringida a los frutos de la
mata, así que el hecho de tener ante ella semejante ración de
suculenta carne le desaguaba la boca.
Se
preparó entonces para el banquete, pero se dio cuenta que no tenía
especias para sazonar ni legumbres para acompañar el plato principal
y decidió ir al pueblo para traer lo que le hacía falta. Se marchó
presurosa no sin antes advertir al pequeño chivo:
- ¡Cuidado con comerte mi matita de Cuno Cuno porque si lo haces te mueres antes de que yo te mate! –
Y
dicho esto se marchó por la campiña repartiendo maldiciones a los
pocos campesinos que encontraba por el camino.
El
chivo, que había estado perdido cerca de una semana sin alimento ni
bebida, se saboreaba las hojas del árbol que lucían apetitosas ante
la luz del atardecer que las bañaba; tiró y tiró y tiró del palo
al que estaba amarrado hasta que se soltó y hambriento cayó sobre
la mata y la devoró completamente.
Ya
de regreso en la cueva la vieja sorprendió al chivo masticando el
último pedazo de la que había sido su adorada planta. Se tumbó
sobre una silla y allí mismo observó una pequeña hoja que se había
salvado de la cena y empezó a frotarla diciendo:
Matita
de cuno cuno, color de la mantequilla
Ante
ti acudo muerta de hambre
Dame
sandías, peras y granadillas
¡Dámelas
en este instante!
La
cabra lanzó un balido de dolor mientras se iba hinchando de frutas
como un pavo relleno, tendida panza arriba, en medio de la cueva, se
retorcía mientras el arbusto se transformaba en cuantas frutas
podía.
- Ese es tu castigo por haberte comido mi matita de cuno cuno y ahora, en pago, me darás tu posesión más preciada –
El
hinchado chivo, que ya a esas alturas estaba a punto de reventar,
convino en ceder sus cachos pues no podía retornar lo robado al
lugar de donde lo había tomado. Y luego de despojar de los cachos al
animal, la bruja se metió la hoja en el bolsillo del harapiento
vestido y salió de la cueva, el chivo emitió un último gemido y
explotó dejando las pepas de las frutas chorreando las pareces
mugrosas.
La
vieja se marchó al río a coger agua con los cachos del chivo,
pensaba por lo menos tomarse un té, pero el río, más correntoso
ese día que cualquier otro, se encontraba de verdad enfurecido. Cata
quiso agacharse un poco, pero una rama la tumbó en la orilla
soltando los cachos que se fueron con la corriente. Sacó nuevamente
la varita y habló al río furiosa:
¡Río
devuélveme mis cachos! ¡Cachos no eran míos! ¡Cachos eran de
chivo que se comió mi matita de Cuno cuno!
Dos
veces repetido el conjuro y sin la posibilidad de retornarle los
cachos exigidos, el río le obsequió un fruto de sus entrañas. Un
enorme pez cayó sobre la cabeza de la anciana bruja. Ella muy
diestra en las lides de la preparación de alimentos lo separó de
las tripas y lo rebanó en filetes. Levantó un fuego en medio de la
campiña y se dispuso a disfrutar la cena, corriendo fue hasta unos
árboles cercanos a tomar hojas que sirvieran como platos cuando un
fuerte olor a quemado invadió los alrededores, pero cuando Cata
estuvo de regreso ya era muy tarde, la candela había quemado hasta
el último pedazo del gran pez regalado por el río. Más furiosa que
nunca la vieja tomó su varita y reclamó al fuego:
-
¡Tulpa! ¡Devuélveme mi peje... peje no era mío... ¡¡¡¡Peje
era de río, río llevó cachos, cachos no eran míos, cachos eran de
chivo que se comió mi matita de Cuno cuno!!!!
El
fuego le devolvió una olla en retribución al pez, la vieja no vio
con buenos ojos el regalo, pero no le quedó más que aceptarlo,
pensó en ir a la mañana siguiente al mercado del pueblo para vender
la olla y comprar algo de comer, pero viendo una vaca pastar muy
cerca de donde estaba decidió ir a robar un poco de leche y avanzó
por la penumbra escondiéndose entre los arbustos y se sentó en la
hierba cerca de las ubres de la vaca. Estaba en sus labores cuando el
soberbio animal le dio tal patazo que la mandó a diez metros con
todo y olla dejando el utensilio clavado en un filoso madero. La
vieja nuevamente furiosa tomó su varita y exigió a la vaca:
¡Vaca!
¡Devuélveme mi olla! ¡Olla no era mía, olla era de tulpa! ¡Tulpa
quemó peje! ¡Peje no era mío! ¡Peje era de río! ¡Río llevó
cachos! ¡Cachos no eran míos! ¡Cachos eran de chivo... que se
comió mi matita de Cuno cuno!
La
vaca, viendo a la vieja envuelta en un aura demoníaca, juntó toda
su energía y le obsequió un queso que la mujer se llevó de vuelta
a la cueva. Buscando con qué partirlo estaba, la odiosa bruja,
cuando un perro atraído por el olor se acercó despacio y se lo
tragó. La anciana se dio cuenta y temblorosa y llena de rabia se
acercó al can con su varita repitiendo el reclamo.
¡Perro!
Devuélveme mi queso, queso no era mío, queso era de vaca; vaca,
quebró olla, olla no era mía, olla era de tulpa; tulpa quemó peje,
peje no era mío, peje era de río; río llevó cachos, cachos no
eran míos, cachos eran chivo que se comió mi matita de Cuno cuno.
Y
de igual forma despojó al perro de lo que le era más preciado, sus
pelos, y se dispuso hacerse con ellos unas medias para el frío, se
sentó pensando en lo caliente que iba a tener los pies cuando
terminara su labor cuando una voraz ráfaga la dejó nuevamente sin
nada. Otro reclamo esta vez al atrevido ventarrón varita en mano:
-
¡Viento! Devuélveme mis pelos.... pelos no eran míos, pelos eran
de perro, perro comió queso, queso no era mío, queso era de vaca,
vaca quebró olla, olla no era mía, olla era de tulpa, tulpa quemó
peje, peje no era mío, peje era de río, río llevó cachos, cachos
no eran míos, cachos eran de chivo que se comió mi matita de Cuno
cuno.
Y
hubo entonces un cambio brusco en el clima, las nubes se agitaron y
huyeron despavoridas llevándose a los pájaros con ellas. No se
escuchaba un solo insecto, las golondrinas se habían guardado lejos
y los grillos no cantaban más cuando de pronto el viento trajo
volando una gran casa, magnífica, con balcón, balaustres de marfil
y lámparas de carey y la depositó justo en los pies de la bruja. Se
escuchó una voz gruesa que parecía haber salido de las entrañas
del mundo que le dijo: - ¡Es tuya!- Y la mujer saltó de alegría,
nunca pensó que sus reclamos le darían tal premio, después de
todo, ella se lo merecía por haber perdido tantas cosas: los cachos
del chivo, el peje del río, la olla de la tulpa, el queso de la
vaca, los pelos del perro y su adorada mata de Cuno cuno.
Entró
en la casa sintiéndose propietaria de semejante maravilla y saltó
tanto de felicidad, que sin darse cuenta dejó caer la última hoja
que le quedaba de la planta dentro de la nueva mansión. Entonces se
estremeció la tierra y de la hoja salieron raíces que se clavaron
en la sala y creció el tronco rojo tan fuerte que atravesó el
segundo piso y el techo. Las hojas doradas empezaron a salir
mientras la vieja lloraba y gritaba maldiciendo a la planta por haber
destruido su casa olvidándose de las palabras de quien alguna vez se
la dio y con el odio más grande reflejado en el rostro se dirigió a
ella:
Que
pesar me da verte vivita
Tras
suerte tan incierta
Mejor
te hubieras quedado muerta
¡Planta
maldita!
Y
el árbol se cobró la ofensa de la peor forma imaginada, desprendió
de la tierra una de sus raíces con la que atravesó a la vieja como
una hoja de lechuga traspasada por una filosa espada. Luego, las
ramas estremecieron el árbol y en medio de un espectral y tétrico
siseo, las ánimas se llevaron lo que quedaba de aquella inhumanidad.
Aún
puede observarse la mata de Cuno Cuno en las cercanías del páramo,
apagada y fría, sin ramas, frutos y flores; sus hojas ya no tienen
el hermoso color dorado del sol ni su tronco el intenso rojo carmesí,
pues, en su venganza, olvidó el árbol su forma única de perecer;
su propia vida estaba atada a la suerte de su dueña y con ella
muerta, la planta también debía fallecer.
Mónica
Carriel Gómez
Del
libro “Cuentos del chofer y la lavandera”
Me podria indicar la editorial y el anio de publicacion de esta historia. Yo he llevado mucho tiempo tratando de recordar esta historia que mi abuelita me contaba cuando era ninio antes de dormirme. Muchas gracias por compartirla.
ResponderEliminarMuy pronto estará publicada querido amigo! Gracias por leer!
ResponderEliminarIncreíble!!! Mi abuelita me contaba este cuento todas las noches antes de dormir. Me trajo muchos recuerdos. Por favor avisame donde puedo conseguir el libro!
ResponderEliminarMi abuelita también me contaba este cuento para dormir pero el escenario era otro pero la esencia del cuento es la misma..
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