XV
Olga
se sirvió un Wiskye y lo bebió de un trago. Encendió un cigarrillo
cruzando las piernas de forma indecente mientras acosaba a Will con
la mirada. Su esposo la observó con lástima, no era su mujer esa
que tenía al frente, aunque estuviera usando su cuerpo, sus ojos, su
boca... Era un engendro, una invención de Silvia, un ser híbrido
que vivía de otros, un parásito.
Los
hombres trataron de ordenar sus ideas. Harper fue el primero en
intentar enhebrar una frase y se aclaró la garganta antes de empezar
el interrogatorio.
- ¿Háblame de tu primer crimen? ¿Cómo mataste a Morgan?
Las
carcajadas de Olga fueron estridentes.
-
Lo maté, sí, pero ese rufián no fue el primero... en realidad, fue
el último.
- ¿Y quién fue el primero?
Y
la mujer miró el crucifijo que colgaba de la pared del consultorio
mientras se enjugaba los labios con el escocés que se había servido
minutos antes.
XVI
Encerrada
en el claustro de las Madres Conceptas del Sagrado Corazón de María,
la hermana Azucena terminaba el rosario. No habría cena ese día,
pues estaba en penitencia, seguiría más bien con la flagelación
que descarnaba su espalda todas las noches. Es que alguien tenía que
pagar por los pecados de tantos. Dejó el rosario junto al misal y se
persignó ante el cristo que colgaba de la pared del minúsculo
cuarto, sintió que alguien tocaba y se dirigió hacia la puerta.
- ¿Quién podría ser? La congregación entera sabía que cuando se encontraba en el devocionario no le gustaba ser molestada, podían pasar días antes de que alguna tocara la puerta para enterarse si aún vivía. Estaba a punto de abrir cuando no se escuchó nada más que los grillos.
-Se
arrepintieron.- pensó-
Pero
volvió el débil golpeteo que le obligó a abrir el recinto. Silvia
cayó en sus brazos como una paloma herida. Débil y magullada, la
sor la tendió en la cama.
- ¡Mi madre...! Su auto... se fue por el barranco.- Apenas alcanzó a balbucear la joven. Pero la reacción de la monja no estaba prevista.
-
Dios escribe recto sobre renglones torcidos hijita.- Que te quede de
experiencia para que no andes por allí promulgando mentiras en
contra del pobre capitán Morgan.-
No
podía ser una mujer de Dios la que hablaba de esa forma.
- Tu mamá nunca fue una buena mujer, eso de salir por allí a trabajar mientras el marido se quedaba en la casa... ¡Mi pobre hermano! ¡Tan sufrido! ¡Tan sacrificado! ¡Él que te acogió como a una hija!
Y
se persignó ante la imagen divina con una sonrisa cínica. En ese
instante entendió Silvia por qué se había negado a creerle. Y
antes de que alguien pudiera evitarlo Olga apareció dentro del
cuarto y con el mismo Cristo con el que antes la hermana se había
limpiado de pecados la envió al más hondo círculo del infierno.
Arrastró el cuerpo hasta un galpón abandonado que estaba cerca del
claustro y la dejó debajo de los hatos de paja. Ocupó el cuarto por
unos días hasta que todo se calmó. Después salió en busca de los
otros... ellos también debían pagar.
Los
amigos, los dos que habían colaborado, fueron fáciles de conseguir
en las tabernas de los muelles del sur, donde estaba anclado el barco
de Morgan. Rebecca los atrajo hacia Olga y los llevó a un sitio
apartado. Ellos, dos viciosos libidinosos fueron tras carne de
cordero y quedaron devorados. Se marcharon del mundo sin pena ni
gloria. Los dejó abandonados en una bodega de pescado que estaba
detrás del muelle. La próxima parada fue fácil de deducir.
Al
capitán le gustaba atar el barco al lugar más lejano del muelle y
esto era entendible. Sus negocios nunca habían sido limpios y era
mejor estar alejado de los curiosos. Los chicos Morgan se hallaban
jugando naipes en la cabina del “Corsario” cuando fueron
abordados. A ellos les gustaba la fragilidad de Cindy, así que fue
ella la que apareció para tentarlos. Pero Olga debió tener cuidado,
había que hacerlo uno por uno, pues no estaban ebrios como los
anteriores y eran jóvenes y fuertes, podían dar pelea y terminar
con ella de un golpe certero. Debió convencerlos, los sedujo, hizo
que se dejaran llevar por la lujuria y para ello debió someterse
nuevamente. Primero el menor, al calor del cuarto de máquinas, allí
lo degolló, y él, ni ay dijo.
Luego
el otro, en la misma base del timón, en el trono del padre. Allí
repitió la acción nefasta. Entonces marchó a buscar al último
mientras el vientecillo del norte soplaba en la cómplice noche.
XVII
- “La casa estaba en silencio, oscura y vacía... la puerta no tenía seguro, fui a la cocina y tomé un cuchillo, el que ella usaba para cortar el pan. Subí por las escaleras y avancé hasta el cuarto de Eva. Allí encontré al montaraz que dormía plácidamente sobre la cama, roncaba satisfecho, como el puerco que era. Aún llevaba el atuendo hipócrita del duelo. Se despertó y cuando logró distinguirme en medio de las sombras le dijo a Silvia que sabía que no estaba muerta y le sonreí para que sintiera confianza. Me invitó a acercarme y me encaminé lentamente hacia su lecho, ese en el que había tendido a las demás tantas veces por la fuerza, ahora yo iba por mi propio pie, aunque movida por un interés diferente. Estaba cerca, tanto que podía oler sus agrios mezclados con el aroma de las flores que había puesto en la tumba recién cerrada. Entonces vio la hoja de la navaja y por primera vez sintió miedo y rogó por su vida...
- ¿Acaso escuchaste tu a la niña? ¿Te conmovieron sus súplicas infeliz? ¿Te condoliste de sus lágrimas? ¡¿Acaso te dio pena su desesperación?! ¡No! ¡Nada te importó! Y mientras hundía una y otra vez el cuchillo podía escuchar a las demás, incluso a Rebecca, pidiéndome que me detuviera, pero no fui capaz... una y otra vez... diez veces... por los diez años de tortura que nos había hecho vivir. Lo dejé durmiendo el sueño eterno, ahora era yo la que se marchaba plácida... avancé hasta la tras puerta de la casa y me alejé de ella por el camino de los árboles”.
XVIII
Silvia
había vuelto, lloraba amargamente, casi había olvidado aquel horror
que había sido su vida. Lo había borrado. Para ella solo existía
el instante mismo en que había conocido a Will en aquel bar
universitario en donde trabajaba de camarera.
Confesó
que conocía a las demás, pero que no siempre podía imponerse sobre
ellas, a veces, ellas ganaban y la sometían por buen tiempo, luego
no recordaba nada.
Con
el transcurso de los años los alters de Silvia se fueron revelando y
Harper fue conociendo profundamente a cada uno.
Al
igual que Olga había nacido en respuesta a una necesidad de Silvia,
Iris no era muy diferente. La niña había aparecido en respuesta a
la negación de Silvia a aceptar que aquellas horribles cosas le
hubieran ocurrido a ella. – No me pasaron a mí. – se dijo.- le
pasaron a alguien más.- Y escogió para su nueva amiga imaginaria el
nombre de la muñeca que su padre muerto le había obsequiado cuando
cumplió cuatro años. Fue la primera en nacer para salvar a Silvia
de llevar semejante carga sola.
Una
vez que su padrastro ampliara el juego para convidar a sus compinches
de borrachera apareció Cindy, una jovencita de 14 años que hervía
de rabia por los hombres, contó a Harper sobre como las violaciones
se fueron convirtiendo en películas pornográficas que había sido
obligada a protagonizar incluso junto a sus hermanastros.
La
Hermana Azucena que era la monja maestra de Silvia; hablaba
continuamente del pecado de la mentira y lo que esta le iba a
ocasionar al mundo, rezaba e incluso se flagelaba para limpiar su
alma de las impurezas de los pecados. Ella mantenía a Silvia cerca
de Dios.
Rebecca
era una desinhibida prostituta que rivalizaba con Silvia por el
afecto de Will. A diferencia de las demás ella simpatizaba con
Morgan y sus secuaces y participaba activamente de las orgías. Era
clienta habitual del motel Gates y muy conocida en los bares de mala
muerte cercanos al muelle.
Ahora
solo quedaba convencer a cada una de integrarse en una sola para
beneficio de todas, pero eso no sería nada fácil, talvez tardaría
años... y nadie podía pronosticar cuantos.
XIX
Jhon
aún no era psiquiatra, pero poco le faltaba para graduarse. Había
tenido que repartir las horas de estudio con la pasantía en el
consultorio del Dr. Harper, las visitas a su madre en el Hospital
Psiquiátrico y la atención del negocio familiar. Casi sin pensarlo
habían pasado seis años. Esa tarde de primavera los jardines de la
casa de reposo lucían más floridos que nunca, Jhon admiraba el
colorido cuando Cindy apareció por el corredor con sus cabellos
sueltos en un velo rojizo que corría por su espalda. Él la observó
de lejos y le abrió los brazos con una sonrisa.
- ¿Cómo te sientes? Preguntó él.-
- Algo molesta... mi doctor llega tarde a la cita con su paciente preferida... ¿Así cómo es posible que se cure uno? – dijo la joven.-
- ¿Y cómo has estado hoy?
- ¡Bien! – dijo ella.-
- ¿Han venido a verte?
- No... ni una sola vez... – sonrió feliz.- ¿Qué te parece?
- ¡Esa es mi chica! - Jhon la besó cálidamente en los labios y la tomó por el brazo conduciéndola al auto.
XX
Silvia
había aprendido, tras duro trabajo, a no temer más al timbre del
teléfono que le recordaba los días en que su madre debía salir
intempestivamente dejándola con el capitán y que como un gatillo
activaba la defensa atrayendo a las demás en su auxilio; a no
entristecerse con los días nublados que revivían en su memoria la
primera vez de aquella monstruosidad; ahora podía terminar el día
como una sola, sin los fantasmas de sus otras personalidades, aunque
aún persistía el miedo de que hubiera alguno en lo más recóndito
de su psiquis herida esperando el disparador que lo hiciera surgir.
Esa pequeña sombra la obligaba a vivir alerta, pero el amor de su
familia compensaba cualquier sacrificio que pudiera ofrecérsele.
Se
encontraba en la casa por primera vez en años aquella dulce tarde.
Como amaba la primavera, era la mejor estación del año, las
violetas y los pensamientos habían florecido y Will había plantado
un camino de rosas que iba desde la entrada principal hasta el
traspatio. Daniel Harper y su esposa, la enfermera de su consulta,
jugaban basketball en el césped recién cortado mientras Will
vigilaba las salchichas del asador y llevaba el marcador del partido.
Silvia terminaba la ensalada sentada en la mesa del jardín y empezó,
sin querer, a recordar cuanto habían cambiado sus vidas en esos
años.
Will
debió renunciar a su empleo en las carreteras y para estar más
cerca de su esposa montó una estación de servicio a dos minutos en
coche del Hospital. El negocio, que atendía junto a Jhon, era
rentable y pagaba parte del internado de Silvia, aunque ella había
logrado ganar algo de dinero dentro del hospital sirviendo como
terapista vivencial con pacientes potencialmente suicidas. Ellos la
habían descrito como una mujer que tenía afinidad con todo tipo de
espíritus. Silvia recordó lo gracioso que le pareció esto cuando
lo escuchó por primera vez. Jhon casi terminaba la universidad y
estaba punto de casarse.
De
pronto, su coche se apeó junto al de Harper y él junto a una
hermosa joven aparecieron por el sendero de rosas.
- ¡Vengan todos! - dijo el joven con voz de júbilo.- Y los que jugaban dejaron el partido inconcluso, Will se acercó a su mujer y la abrazó.
-
¡Mamá... papá! – Quiero presentarles a mi novia.-
- Hola... dijo la muchacha de enormes ojos castaños mientras estrechaba la mano de sus futuros suegros.- Mucho gusto.-
- ¿Cómo te llamas querida?.- preguntó Silvia.-
- ¡Cindy! - Respondió animosa la joven.-
Y
el tiempo se detuvo por un minuto. Todos observaron con nerviosismo
el rostro de Silvia pensando, claro, que el nombre le traería un mal
recuerdo. Pero ella los tranquilizó con su dulce mirada.
- Tuve una amiga hace tiempo con ese nombre... - dijo ella.- pero ya no está más conmigo.-
- ¿Murió? - preguntó la chica.-
- Prefiero decir que se marchó a un mejor lugar... era necesario que lo hiciera. - Y dime... ¿Dónde se conocieron Jhon y tu?
- En la consulta del Dr. Harper...
- ¿Estás indispuesta querida?
- Más o menos... Hacía una cosa, pero algo dentro de mí gritaba que no debía hacerlo... era como vivir con alguien más dentro de mi... luego no me acordaba de nada solo de unos...
- Murmullos... – interrumpió Silvia.-
- ¡Sí! – afirmó la joven... ¿Cómo lo sabe? Es tan difícil que alguien lo entienda...
- Comprendo perfectamente querida y creo – dijo Silvia tomándola por el brazo.- que nos vamos a llevar espléndidamente.-
Ambas
encabezaron la procesión de invitados que se sentaron en la mesa
aquel día soleado, rodeados del aroma de los pensamientos y las
violetas. Ya no había sombras, ni murmullos lastimeros, ellos,
dormían como muertos arrullados por la luna llena, en los resquicios
infinitos de la memoria, junto a los malos recuerdos.
FIN
Mónica Carriel Gómez
Ensayo novela corta
"Murmullos"
Guayaquil - 2005
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