lunes, 16 de septiembre de 2013

MÍNIMO


MÍNIMO
Y CÁNDIDO
DESCANSA EL ADMINÍCULO
LEVE Y PLÁCIDO.

DUERME Y SUEÑA
CON LA EXQUISITA FIEREZA
DE UNA ARAÑA TRAVIEZA
TIERNA Y PEQUEÑA...

...Y LLEGA LA VIAJERA
Y AMBOS SON
¡CABEZA DE DRAGÓN
EN ABISMO DE FIERA!

Y BAJANDO DEL ALTAR VUELVE A SOÑAR
AUNQUE TODO MUTILADO
CANSADO, SEDIENTO, DERROTADO
CON OTRO SUBLIME DESPERTAR...

Y NO SE QUEJA EL MÍNIMO CORPÚSCULO
DE CARNE ROSADA O NEGRA PIEL
DE SU RUTINA, DE SU VIDA CRUEL
TAN MÍNIMO ÉL... ¡PERO TAN MAYÚSCULO!

MÓNICA

¡Y EL MUNDO CONSPIRA!


Rendida llegué luego de un pesado día
exhausta de trabajo y desamor
las diez campanas de mi peor humor
tocaban cuando llegó esta poesía.

Mi pequeña llegó a mi con una flor
y me dijo: “ten mami esta orquídea
para que su alma dulce y su blancura nívea
te digan cuanto te extraña mi amor”.

Y la dulzura de esta orquídea inocente
recuerdos trajo de tu pluma mística
que despojada de total casuística
me dedicó una noche una flor diferente.

Hecha de letras, de sangre y de tinta
de recuerdos, de vino, de rocío celeste
quizá no tan dulce y hasta indecente
no por eso menos bella, mi orquídea distinta.

Y me hallé preguntándome con lascivia
que es lo que a la muerte le gusta?
que es aquello que mi alma tanto busca?
y que es lo que quiere de mi la vida?

Y del este me llegó una vestisca
que me trajo el recuerdo de tu nombre
descubriendo en mi pecho tu marca de hombre
tatuado en mi piel de profana odalisca.

Me trajo los besos que nunca me diste
gloriosos, húmedos y tibios
y no por tenerlos sintió mi alma alivio
se aminoró mi carga o me sentí menos triste.

Me hallé arrullando un imposible
mecida en los piélagos de un ginebra
embebiendo de mi pelo cada hebra
entendiendo que entender de nada sirve.

Cayeron las once en el album de mis ligerezas
y me sorprendieron recitando tus versos
pactando con Lucifer el minuto de tu regreso
planeando reencuentros entre árboles de cerezas.

Examiné de mi entorno cada fisura
cada detalle de las paredes de mi cuarto
mismas pinturas, con diferente marco
tu en muchas y en todas ausente tu figura.

La medianoche me gritó de pronto
¡Eres agena flor mundana!
¡Deja tus argucias de mujer liviana
y vuelve al lecho con el propio!

Como se desvanece el lirio en un río de verano
recosté mi aureola en sus aguas mansas
y recordé de pronto como con ansiedad tanta
me veía sacrificada en tu templo pagano.

Y vino a mi la voz que no escuché
la profundidad de tu nunca vista mirada
la soledad del alma aprisionada
que se esfumó cuando hablamos por primera vez…

No lances un olvido al viento,
pues entre ambos el término no existe
siempre serás el recuerdo que se resiste
a escaparse entre los finos hilos del tiempo.

Intentas ahora venderme como mentira
aquel amor verdadero aunque furtivo
te dedico los últimos versos que te escribo
mientras a mi alrededor el mundo… conspira…

MÓNICA

NO DIGAS QUE ME QUIERES...


...mi pequeño ser imperfecto
que en el ondo pesar de mis desafectos
mi corazón agoniza y casi muere.

Deja que fluya en mi río este capullo
que ya nacido busca enraizarce y crecer
deja que haga nido, déjalo ser…
y regálale a diario un gesto… un murmullo…

Que no se incruste en mi alma la espina que hiere
y que se desvanezca esa costumbre impía
de ir cazando tulipanes en finas redes.
Porque muy débil está la piel del alma mía
por eso la súplica: no digas que me quieres…

…no todavía…

MÓNICA

ATRÉVETE A DECIRME


…que jamas la ondas de mi pluma
que tañeron los lirios de mis dedos
tocaron con sus letras tu alma desnuda…

…que nunca mi boca impertinente
marcó los lunares de tu espalda
hasta arrancarlos con los dientes…

…que aquel corazón infiel
que a tantas amó en su momento
no pensó en solo al mío ofrecerle su miel…

Dime que no es cierto…
…que disoluto como eres
llegaste a sufrir el tormento
de una infidelidad que hiere…

…que tu alma de vagabundo gitano
pensó por fin entregarse y ser amado
para descansar de hacer siempre el papel de tirano…

…que no soy tuya
y que tu ya no eres mi Viento…

¡Atrévete a decirme!
¡Dime que no es cierto!

MÓNICA

TOMADO DEL LIBRO “LUEGO DEL EXILIO”.


martes, 10 de septiembre de 2013

NOVELA CORTA "MURMULLOS" (TERCERA PARTE) FINAL

XV
Olga se sirvió un Wiskye y lo bebió de un trago. Encendió un cigarrillo cruzando las piernas de forma indecente mientras acosaba a Will con la mirada. Su esposo la observó con lástima, no era su mujer esa que tenía al frente, aunque estuviera usando su cuerpo, sus ojos, su boca... Era un engendro, una invención de Silvia, un ser híbrido que vivía de otros, un parásito.
Los hombres trataron de ordenar sus ideas. Harper fue el primero en intentar enhebrar una frase y se aclaró la garganta antes de empezar el interrogatorio.
  • ¿Háblame de tu primer crimen? ¿Cómo mataste a Morgan?
Las carcajadas de Olga fueron estridentes.
- Lo maté, sí, pero ese rufián no fue el primero... en realidad, fue el último.
  • ¿Y quién fue el primero?
Y la mujer miró el crucifijo que colgaba de la pared del consultorio mientras se enjugaba los labios con el escocés que se había servido minutos antes.

XVI
Encerrada en el claustro de las Madres Conceptas del Sagrado Corazón de María, la hermana Azucena terminaba el rosario. No habría cena ese día, pues estaba en penitencia, seguiría más bien con la flagelación que descarnaba su espalda todas las noches. Es que alguien tenía que pagar por los pecados de tantos. Dejó el rosario junto al misal y se persignó ante el cristo que colgaba de la pared del minúsculo cuarto, sintió que alguien tocaba y se dirigió hacia la puerta.
  • ¿Quién podría ser? La congregación entera sabía que cuando se encontraba en el devocionario no le gustaba ser molestada, podían pasar días antes de que alguna tocara la puerta para enterarse si aún vivía. Estaba a punto de abrir cuando no se escuchó nada más que los grillos.
-Se arrepintieron.- pensó-
Pero volvió el débil golpeteo que le obligó a abrir el recinto. Silvia cayó en sus brazos como una paloma herida. Débil y magullada, la sor la tendió en la cama.
  • ¡Mi madre...! Su auto... se fue por el barranco.- Apenas alcanzó a balbucear la joven. Pero la reacción de la monja no estaba prevista.
- Dios escribe recto sobre renglones torcidos hijita.- Que te quede de experiencia para que no andes por allí promulgando mentiras en contra del pobre capitán Morgan.-
No podía ser una mujer de Dios la que hablaba de esa forma.
  • Tu mamá nunca fue una buena mujer, eso de salir por allí a trabajar mientras el marido se quedaba en la casa... ¡Mi pobre hermano! ¡Tan sufrido! ¡Tan sacrificado! ¡Él que te acogió como a una hija!
Y se persignó ante la imagen divina con una sonrisa cínica. En ese instante entendió Silvia por qué se había negado a creerle. Y antes de que alguien pudiera evitarlo Olga apareció dentro del cuarto y con el mismo Cristo con el que antes la hermana se había limpiado de pecados la envió al más hondo círculo del infierno. Arrastró el cuerpo hasta un galpón abandonado que estaba cerca del claustro y la dejó debajo de los hatos de paja. Ocupó el cuarto por unos días hasta que todo se calmó. Después salió en busca de los otros... ellos también debían pagar.
Los amigos, los dos que habían colaborado, fueron fáciles de conseguir en las tabernas de los muelles del sur, donde estaba anclado el barco de Morgan. Rebecca los atrajo hacia Olga y los llevó a un sitio apartado. Ellos, dos viciosos libidinosos fueron tras carne de cordero y quedaron devorados. Se marcharon del mundo sin pena ni gloria. Los dejó abandonados en una bodega de pescado que estaba detrás del muelle. La próxima parada fue fácil de deducir.
Al capitán le gustaba atar el barco al lugar más lejano del muelle y esto era entendible. Sus negocios nunca habían sido limpios y era mejor estar alejado de los curiosos. Los chicos Morgan se hallaban jugando naipes en la cabina del “Corsario” cuando fueron abordados. A ellos les gustaba la fragilidad de Cindy, así que fue ella la que apareció para tentarlos. Pero Olga debió tener cuidado, había que hacerlo uno por uno, pues no estaban ebrios como los anteriores y eran jóvenes y fuertes, podían dar pelea y terminar con ella de un golpe certero. Debió convencerlos, los sedujo, hizo que se dejaran llevar por la lujuria y para ello debió someterse nuevamente. Primero el menor, al calor del cuarto de máquinas, allí lo degolló, y él, ni ay dijo.

Luego el otro, en la misma base del timón, en el trono del padre. Allí repitió la acción nefasta. Entonces marchó a buscar al último mientras el vientecillo del norte soplaba en la cómplice noche.
XVII
  • La casa estaba en silencio, oscura y vacía... la puerta no tenía seguro, fui a la cocina y tomé un cuchillo, el que ella usaba para cortar el pan. Subí por las escaleras y avancé hasta el cuarto de Eva. Allí encontré al montaraz que dormía plácidamente sobre la cama, roncaba satisfecho, como el puerco que era. Aún llevaba el atuendo hipócrita del duelo. Se despertó y cuando logró distinguirme en medio de las sombras le dijo a Silvia que sabía que no estaba muerta y le sonreí para que sintiera confianza. Me invitó a acercarme y me encaminé lentamente hacia su lecho, ese en el que había tendido a las demás tantas veces por la fuerza, ahora yo iba por mi propio pie, aunque movida por un interés diferente. Estaba cerca, tanto que podía oler sus agrios mezclados con el aroma de las flores que había puesto en la tumba recién cerrada. Entonces vio la hoja de la navaja y por primera vez sintió miedo y rogó por su vida...
  • ¿Acaso escuchaste tu a la niña? ¿Te conmovieron sus súplicas infeliz? ¿Te condoliste de sus lágrimas? ¡¿Acaso te dio pena su desesperación?! ¡No! ¡Nada te importó! Y mientras hundía una y otra vez el cuchillo podía escuchar a las demás, incluso a Rebecca, pidiéndome que me detuviera, pero no fui capaz... una y otra vez... diez veces... por los diez años de tortura que nos había hecho vivir. Lo dejé durmiendo el sueño eterno, ahora era yo la que se marchaba plácida... avancé hasta la tras puerta de la casa y me alejé de ella por el camino de los árboles”.
XVIII
Silvia había vuelto, lloraba amargamente, casi había olvidado aquel horror que había sido su vida. Lo había borrado. Para ella solo existía el instante mismo en que había conocido a Will en aquel bar universitario en donde trabajaba de camarera.
Confesó que conocía a las demás, pero que no siempre podía imponerse sobre ellas, a veces, ellas ganaban y la sometían por buen tiempo, luego no recordaba nada.
Con el transcurso de los años los alters de Silvia se fueron revelando y Harper fue conociendo profundamente a cada uno.
Al igual que Olga había nacido en respuesta a una necesidad de Silvia, Iris no era muy diferente. La niña había aparecido en respuesta a la negación de Silvia a aceptar que aquellas horribles cosas le hubieran ocurrido a ella. – No me pasaron a mí. – se dijo.- le pasaron a alguien más.- Y escogió para su nueva amiga imaginaria el nombre de la muñeca que su padre muerto le había obsequiado cuando cumplió cuatro años. Fue la primera en nacer para salvar a Silvia de llevar semejante carga sola.
Una vez que su padrastro ampliara el juego para convidar a sus compinches de borrachera apareció Cindy, una jovencita de 14 años que hervía de rabia por los hombres, contó a Harper sobre como las violaciones se fueron convirtiendo en películas pornográficas que había sido obligada a protagonizar incluso junto a sus hermanastros.
La Hermana Azucena que era la monja maestra de Silvia; hablaba continuamente del pecado de la mentira y lo que esta le iba a ocasionar al mundo, rezaba e incluso se flagelaba para limpiar su alma de las impurezas de los pecados. Ella mantenía a Silvia cerca de Dios.
Rebecca era una desinhibida prostituta que rivalizaba con Silvia por el afecto de Will. A diferencia de las demás ella simpatizaba con Morgan y sus secuaces y participaba activamente de las orgías. Era clienta habitual del motel Gates y muy conocida en los bares de mala muerte cercanos al muelle.
Ahora solo quedaba convencer a cada una de integrarse en una sola para beneficio de todas, pero eso no sería nada fácil, talvez tardaría años... y nadie podía pronosticar cuantos.

XIX
Jhon aún no era psiquiatra, pero poco le faltaba para graduarse. Había tenido que repartir las horas de estudio con la pasantía en el consultorio del Dr. Harper, las visitas a su madre en el Hospital Psiquiátrico y la atención del negocio familiar. Casi sin pensarlo habían pasado seis años. Esa tarde de primavera los jardines de la casa de reposo lucían más floridos que nunca, Jhon admiraba el colorido cuando Cindy apareció por el corredor con sus cabellos sueltos en un velo rojizo que corría por su espalda. Él la observó de lejos y le abrió los brazos con una sonrisa.
  • ¿Cómo te sientes? Preguntó él.-
  • Algo molesta... mi doctor llega tarde a la cita con su paciente preferida... ¿Así cómo es posible que se cure uno? – dijo la joven.-
  • ¿Y cómo has estado hoy?
  • ¡Bien! – dijo ella.-
  • ¿Han venido a verte?
  • No... ni una sola vez... – sonrió feliz.- ¿Qué te parece?
  • ¡Esa es mi chica! - Jhon la besó cálidamente en los labios y la tomó por el brazo conduciéndola al auto.
XX
Silvia había aprendido, tras duro trabajo, a no temer más al timbre del teléfono que le recordaba los días en que su madre debía salir intempestivamente dejándola con el capitán y que como un gatillo activaba la defensa atrayendo a las demás en su auxilio; a no entristecerse con los días nublados que revivían en su memoria la primera vez de aquella monstruosidad; ahora podía terminar el día como una sola, sin los fantasmas de sus otras personalidades, aunque aún persistía el miedo de que hubiera alguno en lo más recóndito de su psiquis herida esperando el disparador que lo hiciera surgir. Esa pequeña sombra la obligaba a vivir alerta, pero el amor de su familia compensaba cualquier sacrificio que pudiera ofrecérsele.
Se encontraba en la casa por primera vez en años aquella dulce tarde. Como amaba la primavera, era la mejor estación del año, las violetas y los pensamientos habían florecido y Will había plantado un camino de rosas que iba desde la entrada principal hasta el traspatio. Daniel Harper y su esposa, la enfermera de su consulta, jugaban basketball en el césped recién cortado mientras Will vigilaba las salchichas del asador y llevaba el marcador del partido. Silvia terminaba la ensalada sentada en la mesa del jardín y empezó, sin querer, a recordar cuanto habían cambiado sus vidas en esos años.
Will debió renunciar a su empleo en las carreteras y para estar más cerca de su esposa montó una estación de servicio a dos minutos en coche del Hospital. El negocio, que atendía junto a Jhon, era rentable y pagaba parte del internado de Silvia, aunque ella había logrado ganar algo de dinero dentro del hospital sirviendo como terapista vivencial con pacientes potencialmente suicidas. Ellos la habían descrito como una mujer que tenía afinidad con todo tipo de espíritus. Silvia recordó lo gracioso que le pareció esto cuando lo escuchó por primera vez. Jhon casi terminaba la universidad y estaba punto de casarse.
De pronto, su coche se apeó junto al de Harper y él junto a una hermosa joven aparecieron por el sendero de rosas.
  • ¡Vengan todos! - dijo el joven con voz de júbilo.- Y los que jugaban dejaron el partido inconcluso, Will se acercó a su mujer y la abrazó.
- ¡Mamá... papá! – Quiero presentarles a mi novia.-
  • Hola... dijo la muchacha de enormes ojos castaños mientras estrechaba la mano de sus futuros suegros.- Mucho gusto.-
  • ¿Cómo te llamas querida?.- preguntó Silvia.-
  • ¡Cindy! - Respondió animosa la joven.-
Y el tiempo se detuvo por un minuto. Todos observaron con nerviosismo el rostro de Silvia pensando, claro, que el nombre le traería un mal recuerdo. Pero ella los tranquilizó con su dulce mirada.
  • Tuve una amiga hace tiempo con ese nombre... - dijo ella.- pero ya no está más conmigo.-
  • ¿Murió? - preguntó la chica.-
  • Prefiero decir que se marchó a un mejor lugar... era necesario que lo hiciera. - Y dime... ¿Dónde se conocieron Jhon y tu?
  • En la consulta del Dr. Harper...
  • ¿Estás indispuesta querida?
  • Más o menos... Hacía una cosa, pero algo dentro de mí gritaba que no debía hacerlo... era como vivir con alguien más dentro de mi... luego no me acordaba de nada solo de unos...
  • Murmullos... – interrumpió Silvia.-
  • ¡Sí! – afirmó la joven... ¿Cómo lo sabe? Es tan difícil que alguien lo entienda...
  • Comprendo perfectamente querida y creo – dijo Silvia tomándola por el brazo.- que nos vamos a llevar espléndidamente.-
Ambas encabezaron la procesión de invitados que se sentaron en la mesa aquel día soleado, rodeados del aroma de los pensamientos y las violetas. Ya no había sombras, ni murmullos lastimeros, ellos, dormían como muertos arrullados por la luna llena, en los resquicios infinitos de la memoria, junto a los malos recuerdos.

FIN

Mónica Carriel Gómez
Ensayo novela corta
"Murmullos"
Guayaquil - 2005

NOVELA CORTA "MURMULLOS" ENSAYO (PARTE DOS)



VIII
Las sonoras carcajadas de Rebecca retumbaron entre los muros de la habitación.
¡Will sigue enamorado de la imbécil de Silvia!
-¡No te preocupes Rebecca... Los días de esa idiota están contados!
Favor que te deberé mi querida Olga, será un placer que me despejes el camino...
No te equivoques zorra barata, quiero a Will para mi, pero primero tengo que acabar con la inmunda de Silvia.
¡¿Silvia?! Es tan insignificante que hasta me da lástima. ¿Por qué la odias tanto?
Olga observó a Rebecca por el espejo de carey que colgaba de la pared norte de la habitación.
¡Por débil!
IX
¿Quién es la niña más linda de la casa? - Preguntó Eva a su pequeña hija.
¡Yo! – Respondió la criatura emocionada.-
¿Y cuantos años cumples hoy?
¡Cinco! – señaló con sus deditos regordetes.-
Vamos a sacar el pastel del horno para encender las velitas... vas a ver que rico el pastel que mami te hizo.
Eva retiraba el cake del horno mientras tarareaba el happy brithday cuando el timbre del teléfono la interrumpió.
Voy a contestar el teléfono nena... ¿Me traes los platos mi amor?
¡Sí! - dijo la niña.-
Se empinó sobre la estantería y tomó varios platos y cucharas y los puso sobre la mesa. Luego sacó de la nevera una gran jarra de leche que parecía que se le caía de las manos y cinco vasos; ubicó todo en los respectivos puestos y escuchó que algo le dijo su mami al capitán antes de entrar nuevamente en la cocina.
Vaya... qué rápida eres... ¿Quieres ver que mami también es rápida? Vamos a hacer esto... mami tiene que salir un momento a ver a un señor que está muy enfermo, pero regresa enseguida. Tu me esperas aquí calladita sin molestar a tu papi... vas a ver que no me demoro... ¿sí?
Bueno... – dijo la niña.-
Si quieres puedes mirar el reloj para ver cuantas rayitas tardo en regresar.
Eva dio un beso a su hija y se marchó poniéndose un impermeable grueso.
Morgan dejó a un lado el periódico y observó a su mujer correr por la lluvia y encender el auto que estaba frente a la casa. Una vez que la vio alejarse por el camino, se levantó con la dificultad que le permitía su voluminosa humanidad, tomó la botella de ron y atravesó el vestíbulo entrando a la cocina en donde encontró a la dulce niña observando el reloj.
¿Qué hace mi chiquita?
Espero a mi mami.
El hombre pasó sus ojos por las formas infantiles y sonrió lujurioso antes de preguntar: - ¿Quieres jugar un juego nuevo?
La niña lo observó divertida encantada de complacer a su padrastro asintiendo con inocencia.
Entonces ven... - dijo él.-
Y el hombre tomó a la niña de la mano y se marchó con ella escaleras arriba.
X
Recostada en el diván del Dr. Harper Iris revivía su tragedia.
¿Qué pasó cuando fuiste al cuarto con el capitán Morgan?
Me sacó la ropa... y yo me escondí en el ropero de mi mami... yo no quería que me encuentre... y me haló de mi pelito... me arrastró y me besó como la besaba a mi mamita... y me tapó la boca para que no gritara! – La niña empezó a gemir y a mover la cabeza con desesperación balbuceando, entre las lágrimas, cosas que en un principio parecían incoherencias, pero que resultó ser una desesperada invocación al más primario de los impulsos.
¡¿Ven?! ¡Ayúdame!
¿Quién tiene que venir Iris? ¿Quien? – interrogó el médico.-
¡Olga! ¡Has que se vaya!
Harper observó impávido la revelación de la pequeña mientras la miraba retorcerse desesperada arañando el lustroso cuero rojo del inmenso diván del consultorio.

XI
Eva llegó temprano ese día, apenas bordeaban las dieciséis, aún las rosas no se cerraban y el atardecer no tendía su manto negriazul en el cielo cuando estacionó el auto, con esfuerzos se quitó el cinturón de seguridad, debía recordar llevarlo a arreglar, recogió la funda de comestibles, el abrigo, la cartera y bajó del vehículo para entrar en su casa. Se extrañó de no encontrar a nadie, fue a la cocina y vio los rastros de la ebriedad tumbados por las esquinas del comedor. Las botellas de wiskye, las colillas en el piso y los vasos sobre la mesa contaron a la mujer que su marido no había bebido sólo ese día. Dejó los comestibles sobre el mesón y avanzó por el pasillo que daba a la escalera, miró a su alrededor y no pudo escuchar nada. – Se habrán marchado a buscar más licor.- Pensó.- ¡Qué cruz! Y pensar que habían pasado diez años desde que se casó con Morgan, diez en los que muy pocas veces lo había visto sobrio.
¿Pero donde estaba Silvia? Seguro que en la casa de una amiga y como de costumbre sin pedir permiso. ¡Estas adolescentes! Era una buena chica, pero ya le había dicho que trajera a sus compañeritas a casa para poder conocerlas mejor. Hablaba con tanta vehemencia de ellas que ya Eva sentía curiosidad por conocer a Iris, Cindy y Rebecca, con quienes su hija charlaba hasta dormida. Dejó las llaves en el buró de la entrada y pasó por la sala, abrió el armario y dejó su abrigo y la cartera sobre el mueble, cerca del teléfono. Se daría un baño antes de que la tropa de alcohólicos regresara, seguro querrían comer y no habían nada preparado, así que se encaminó hacia la escalera cruzando el recibidor y la sala. Fue justo en el primer peldaño cuando empezó ese atardecer de espanto.
Escuchó los quejidos de una niña que venían desde el primer piso y se detuvo. Parecía Silvia, pero su voz sonaba infantil, continuó el ascenso con cuidado de no hacer ruido y oyó las carcajadas escandalosas de una mujer que reía como una cualquiera y una jovencita que gritaba improperios. Avanzó por el corredor del primer piso y ya sudaba frío; lívida, temblorosa, compungida y pálida abrió la puerta del cuarto de su hija y compartió con ella, por primera vez, su terrible historia.
Parecía una azucena marchita, desnuda, tumbada de rodillas sobre un catre y doblada sobre su vientre, detrás suyo, el monstruo mayor se exhibía frente a su público que esperaba su turno impaciente, entonando la obertura al ritmo de sus dígitos y relamiéndose, como esperan las hienas jóvenes que el rey de la manada se halla hartado, para repartirse los despojos.
Eva observó por un instante antes de que el hijastro primero la viera parada en la puerta del dormitorio, se apuró el mozalbete en guardar sus vergüenzas ante su madre postiza y ni siquiera se molestó en tratar de salir por la puerta sino que se abrió paso por la ventana saltando hasta los brezos que cubrían el jardín anterior de la casa. Los otros tres le imitaron.
Morgan no la había notado hasta que la propia Silvia vio las lágrimas brillar al ocaso en el rostro quebrado de aquella que era su madre.

XII
Will había recibido la nota del Doctor. Cuando llegó al trabajo, luego de dejar una carga muy cerca de allí, pasó de inmediato por donde el médico.
¿Cómo está doctor? ¿Iris hizo algún progreso? ¿Qué es lo que le pasa a mi ángel?.-
No puedo decírselo todavía William... ¡Es necesario que le digamos la verdad a Silvia hoy mismo!
¿Pero por qué?
Iris me ha confesado algo sorprendente esta mañana... ¿Qué sabe usted sobre la familia de su esposa?
Bueno, ella no tiene familia... su padre falleció y su madre se unió en segundas nupcias a un capitán de barco que tenía dos hijos, él crió a Silvia desde los cinco años hasta que ella huyó luego de la muerte de su madre cuando tenía quince.
¿Cómo murió la madre de Silvia?
En un accidente, le fallaron los frenos y se fue por un barranco, Silvia iba con ella, pero salió despedida por la ventana.
¿Su padrastro también murió verdad?
Si... tengo entendido que luego del funeral de doña Eva y de que Silvia se marchó, un desconocido entró a la casa y lo acuchilló mientras dormía, mi mujer se enteró después por la prensa.
¿Y qué fue de sus hijos? ¿También murieron?
No lo sé... fue una época violenta. No vivía muy lejos de allí y recuerdo bien la muerte de una de las monjas de la congregación, de dos jóvenes marineros y de dos borrachos que iban a su casa luego de la juerga acostumbrada, nunca se supo quien cometió los crímenes. Algún criminal errante pensamos todos.
- ¿Qué diría usted si yo le dijera que esta mañana, mientras conversaba con Iris, he descubierto a la culpable?
William observó la seriedad del médico y no pudo evitar que le temblaran las piernas al pensar que aquello tuviera que ver con su esposa.

XIII
Sentada en el filo del diván Silvia observaba la habitación finamente decorada. Sabía que era la primera vez que la visitaba, había algo en ella de familiar aunque no pudo determinar que era.
El médico se sentó delante de ella y no pudo evitar observar las muñecas de la mujer ya sin vendajes, pero aún con las huellas de lo que había intentado hacer con su vida.
  • Bonito consultorio... dijo ella.-
  • Gracias... respondió el médico.-
  • Algo en él me es familiar, pero no recuerdo que.- Harper cambió la conversación.
  • ¿Entiende por qué está aquí Silvia? – Preguntó.
Ella lo miró con vergüenza. – Dicen que intenté suicidarme, pero yo no lo recuerdo doctor.
  • Cuando se la llevaron los paramédicos dijeron que estaba usted murmurando cosas, palabras extrañas...” - Ella lo miró con rostro indefinido- ¿Lo recuerda? – Interrogó el médico.-
No obtuvo respuesta de parte de la mujer. Silvia miró a su esposo sentado frente a ella en una esquina del consultorio.
  • Señora Newman... ¿fuma usted? – volvió a preguntar.
La mujer se calmó un poco; era una pregunta sencilla.
- No doctor. – dijo ella - soy asmática, el humo del tabaco es mortal para mi.
  • ¡Si fuma! - corrigió Will.- Mentolados, con o sin filtro y en algunas ocasiones también habanos.-
Silvia quedó atónita. ¿Habría entendido mal la pregunta?
  • ¿Bebe? - Volvió la interrogación del médico.
  • Nunca – contestó ella -. El alcohol me da náuseas.
El psiquiatra miró al testigo.
  • Puede empezar a beber conmigo y seguir bebiendo cuando yo me haya quedado tirado bajo la mesa. – Dijo Will.-
Silvia no entendía lo que ocurría, su esposo mentía de una forma tan descarada. ¿Pero por qué lo hacía? ¿Con qué interés?
  • El médico prosiguió. – ¿Sufre de alguna otra enfermedad?
  • Soy diabética... – respondió ella.-
  • ¿Y supongo que se inyecta insulina?
  • Por supuesto...
  • ¿Con qué frecuencia?
  • Tres veces al día, no puedo vivir sin mi dosis... Y vuelta el marido con la corrección.-
  • Si se inyecta hoy pueden pasar semanas antes de que necesite una dosis nueva.
De pronto Silvia no quiso escuchar más. - ¿Por qué dices esas cosas de mí? – Replicó.- ¿Por qué mientes?
Harper tomó su mano y la tranquilizó un poco.
  • Silvia, cuando llegó aquí me dijo que el consultorio le parecía familiar... dijo Harper.
  • Si... - respondió.-
  • Y si yo le dijera que no es la primera vez que se encuentra usted aquí...
Ella lo observó con desconfianza.
  • En realidad Silvia esta es la doceava vez que entra usted en esta habitación, pero las otras veces no ha sido usted misma...
Silvia se puso de pie perturbada y empezó a dar vueltas por el consultorio mientras el médico continuaba.
  • Creo que usted tiene una enfermedad de la que no está consciente, necesito hipnotizarla para saber que fue lo que se la provocó.
  • ¡No creo que me sentiría cómoda doctor, además, no veo la razón de todo esto!
El timbre del teléfono se escuchó débilmente fuera del consultorio, entonces algo se activó en su memoria; como en una descomposición cadavérica, Silvia mutó. Su rostro de deshizo como pedazos de un espejo roto ofreciendo una visión cubista de lo que habían sido sus bellas facciones, hablaba con voces diferentes que se mezclaban con las suyas, algunas acusadoras y amenazantes, otras suplicantes, tiernas, sumisas.
¡Son los murmullos! – pensó el médico.- ¡Los murmullos que Silvia escucha cuando otra se acerca!-
Y en el pequeño consultorio retumbaron las carcajadas de Rebecca, el inocente llanto de Iris, los tarareos de Cindy y las plegarias de Sor Azucena... un collage de personas diferentes despertó desde el mundo interior de la pobre Silvia que vivía aprisionada con todas ellas dentro de su cuerpo. De pronto, desaparecieron y la mujer quedó convertida en una sola, quizás en la peor y la más temible de todas ellas.
Olga levantó la cabeza lanzando una mirada de desprecio sobre quienes la observaban desde el otro lado del cuarto. 
 
XIV

Cuando el capitán observó a su mujer apostada en el marco de la puerta y se vio descubierto en el hecho sintió la borrachera bajar por su cuerpo hasta llegar a sus pies. Lentamente dejó a la chica mientras trataba de convencer cínicamente a Eva que él no había hecho más que ceder ante las lascivas insinuaciones de la joven. Silvia se había enredado en una sábana y temblorosa observaba la escena desde atrás de una cortina. Las explicaciones de Morgan y su débil defensa no lograban suavizar el granítico rostro de su esposa. Aseguraba, casi postrado a sus pies, que Silvia estaba loca, que hablaba con gente imaginaria imitando voces de todo tipo, que cambiaba constantemente y que a veces se tornaba violenta, tanto, que era capaz de hacerle daño a cualquiera.
  • ¡Habrá que mandarla a un manicomio mi amor! ¡No sabemos en qué momento se puede volver peligrosa! – Dijo la bestia.-
Y lanzó una mirada acusatoria a la joven reprimida que se había dejado caer en una esquina de la habitación y quiso irse sobre ella a martirizarla más aún para demostrar que tenía razón, mas la madre no podía permitirlo y soltó la frase única que cabía en aquel momento.
  • ¡No la vuelvas a tocar!
Y el monstruo quedó allí, en el sitio, congelado, como el cromagñón que era; disminuido, más que la joven a quien tanto daño había hecho, atemorizado por su mujer en quien no reconocía la gélida la mirada que le había dirigido.

Eva avanzó hasta donde estaba su hija y delicadamente retiró las cortinas, pero aquello que vio debajo no era ella, era un bagazo, una estopa de la pequeña que había sobrevivido al infierno; la abrazó, sintió sus cálidas lágrimas mezclarse con las suyas. Tomó a su hija y sin decir una palabra más ni dirigir una mirada salió con ella de la habitación.

Bajaron las escaleras y se encaminaron hasta la entrada. Eva tomó las llaves del coche mientras abrazaba a Silvia envuelta aún en las sábanas y salió de la casa.
La noche recién nacida lucía serena, nada presagió lo siguiente. Sentó a la chica y le colocó el cinturón de seguridad, dio la vuelta al carro, se sentó al volante y pudo observar la silueta de Morgan que, metido entre las cortinas, escrutaba las sombras desde la ventana del primer piso.
Silvia no sabía lo que pasaba por la cabeza de su madre, pero si sabía que el horror había tocado ese día su última nota. Se alejaban por el camino serpenteante y por primera vez brilló en la luna la esperanza de otra vida, talvez ahora se podría despedir de las demás, después de todo, ellas estaban allí en respuesta a una necesidad que ya no existía y lo más lógico era que por fin se fueran. Pero Eva no estaba bien, lo que había visto era más de lo que podía soportar, simplemente reprimía sus emociones por temor a provocar más dolor en su hija, sin embargo, mientras conducía no pudo más con aquello y reventó el ataque de cólera contra sí misma, contra su rutina, su ceguera y su ignorancia; contra el temor de ser una viuda sola que la había llevado a unirse a semejante abominación. Perdió pronto el control del carro que se fue colina abajo. Eva había pasado muchas veces por aquel lugar y sabía que el bosque terminaba en un profundo desfiladero y que no había tiempo para pensar. Silvia gritaba aterrorizada y su madre en un último intento por salvarla ante lo que sabía era una muerte segura, quitó el cinturón de seguridad que la ataba al coche y abrió la puerta empujándola fuera del auto; pero no pudo hacer lo mismo con ella y se marchó por el peñasco hasta el mismo fondo del desfiladero. La joven observó la columna de humo y fuego elevándose entre los árboles y la invadió una enorme tristeza y se levantó como pudo dirigiéndose a la primera luz que observó en el horizonte.

CONTINUARÁ...

NOVELA CORTA "MURMULLOS" ENSAYO (PRIMERA PARTE)



I
El resplandor del atardecer se filtraba por los minúsculos agujeros de la pared de ladrillo, aún sin terminar. Al principio, Silvia creyó que eran estrellas los puntos luminosos que destellaban frente a ella, pero luego se dio cuenta que estaba tirada en el piso de su propia casa, en las baldosas traslúcidas de la cocina y junto al tacho de basura. Intentó abrir completamente los ojos, pero un fuerte dolor de cabeza la hizo llevar la mano al rostro para cubrirlos. Un profundo olor a ron la invadía, pensó que era el ambiente, luego notó que ella misma lo emanaba de su ropa. Un humo negrusco provenía del fogón así que se levantó despacio y apagó las hornillas que consumían lo poco que quedaba del almuerzo. Miró el reloj colgado sobre la pared de la chimenea, eran casi las seis de la tarde.
Las piernas le temblaban, pero como pudo avanzó al baño. No recordaba nada de quince minutos atrás, aunque ubicaba perfectamente lo ocurrido esa mañana; lentamente trató de repasarlo mientras el agua tibia le reanimaba los músculos de su débil cuerpo. Se había levantado temprano, como todos los días, despertó a Will con un beso y a su hijo con caricias, hizo el desayuno, sirvió café a su esposo, jugo de naranja a Jhon y puso dos tabletas de vitaminas al lado de cada uno. Luego, tomó las llaves del auto y todos salieron. Ella condujo. Dejó a Will en el trabajo y a Jhon en el colegio. Fue al mercado; compró pescado, especias, legumbres y frutas. A las diez de la mañana regresó a la casa y se puso a cocinar, montaba las ollas cuando la distrajo el teléfono. Entonces notó que no recordaba nada más, solo murmullos incesantes que taladraban su cerebro abrumándola más en la confusión. Revisó la ropa que se había sacado y que aún estaba tirada en el piso del baño, pensó que tal vez encontraría una respuesta que le aclarara en algo lo que le estaba ocurriendo, extrajo un pequeño recibo arrugado y húmedo del bolsillo del pantalón: “Motel Río Bravo ¡Su placer es el nuestro!” Cayó de rodillas en el piso de la tina, su rostro desdibujado por la vergüenza se bañó en lágrimas; trató de ubicar los recuerdos de aquello que tanto temía, pero ninguno acudió a su mente.
II

La comandancia era un hervidero de gente esa mañana. Abogados, patrulleros en relevo de guardias, empleados de la fiscalía y familiares que pugnaban por ver a sus presos demostraban que la fría ciudad no se daba abasto con los criminales. En medio de la agitada oficina un hombre de mediana edad vestido como camionero, con rostro plano, nariz chata y grandes gafas escuchaba una mala noticia por parte del inspector Malloy: “Fuimos al motel Río Bravo llevando una foto de tu mujer Will... – dijo el hombre de ley en tono grave– Pero el dueño y varios testigos nos dijeron que había llegado cerca del medio día con un hombre alto; y que entre ellos no se vio el menor indicio de que hubiese entrado por la fuerza... Creo que será mejor que hables con Silvia y resuelvas este problema en casa amigo”.
El rudo hombre se limpió las lágrimas de indignación del rostro y sin pronunciar palabra se marchó de la comandancia mientras el Inspector lo obsequió con una mirada indulgente. Malloy se guardó el resto de información del motelero, no quiso decirle que ese día había entrado varias veces con individuos diferentes y menos que era lo que ellos llamaban “una clienta habitual”; para un hombre que amaba a su mujer como lo hacía William el solo hecho de descubrir que había entrado con uno ya era suficiente como para dejarlo sin corazón.
Will salió del edificio y subió a su camioneta, se quedó mirando una foto de su mujer que colgaba del retrovisor y golpeó fuertemente el volante con sus toscas manos. No entendía como había podido creer en ella, talvez por sus grandes ojos tiernos y su mirada sin mácula. Manejó por la carretera que lo conducía a casa y recordó de pronto cuando estando recién casados compraron la vivienda. Silvia se había enamorado de la construcción que estaba rodeada de violetas y pensamientos y William la adquirió sin replicar en el precio. Eran el matrimonio perfecto, ella, aunque tímida e insegura, era dulce y estaba llena de amor por su esposo; él, un seminarista retirado que había claudicado a su fe por un amor diferente al de Dios, talvez terrestre, mundano y mortal, pero igual de divino. Recordaba algo que ella le había dicho cuando se conocieron en aquel café universitario: ¡Tu podrías enseñarle a cualquiera a ser bueno! Y con esa sencillez lo conquistó, dos meses después Will dejaba el seminario para entrar en una iglesia de una forma diferente a la que había imaginado, de la mano de su futura esposa. Quedó embarazada casi enseguida y nueve meses después nació Jhon con su mismo rostro de lirio pálido.
Habían tenido diecisiete años de matrimonio feliz y pleno en todos los aspectos. Silvia era una mujer sensible, tierna, comprensiva y hacendosa, Will nunca tuvo queja alguna. A medida que iba saliendo de la ciudad y pensaba en su forma de ser, en como lo despertaba por las mañanas, en su ternura infinita, en su manera de atender a Jhon, en su delicadeza. Fue entonces cuando lo atacó la duda: ¿Y si no era culpable? ¿Y si realmente no recordaba como había llegado hasta allí? Entonces no tardó mucho en disculparla. ¡Es que no podía ser que actuara con tanta hipocresía! ¿Cómo podría existir perversidad y malicia en un ser como ella? ¡No! ¡No en la dulce Silvia! Debía ser inocente sin duda, - ¡Sí! - definitivamente debía serlo. Dio vuelta por una abertura en el camino que lo condujo hasta un claro entre los árboles en donde estaba la casa y parqueó junto a las violetas recién abiertas.
Entró por la cocina, la halló desierta y aunque la radio encendida y la cafetera silbando en la lumbre revelaba la presencia de su mujer, no pudo encontrarla por ningún lado. Revisó el garaje, la salita de lectura, el jardín y el comedor. Subió y echó un vistazo en los baños y en el cuarto de Jhon. Avanzó hasta la habitación matrimonial, algo lo detuvo un instante, un frío que lo espeluznó, pero finalmente entró abriendo la puerta de par en par, allí encontró a su ángel, tendida en el piso, envuelta en un charco de sangre que salía de sus muñecas, inconsciente y muy débil, pero aún con vida. La tortura apenas empezaba.
III
Casi podía olerse la madera de nogal del viejo escritorio. Sobre el noble mueble había fotos y recuerdos de los pacientes restablecidos. Una pared con dibujos infantiles delicadamente enmarcados y un anaquel con fotografías antiguas le daban un aire casero al entorno, aunque no lograban alejar al visitante de la sensación de estar en un consultorio médico.
Daniel Harper era un hombre de rostro apacible y mirada franca, trataba siempre de ganarse la confianza de sus pacientes antes de intentar cualquier acercamiento en calidad de médico. Detestaba comenzar una sesión con el cliché: “Pase y recuéstese por favor”, prefería las terapias iniciadas con una taza de café y una conversación sincera en un lugar alejado del diván.
Recordaba la primera vez que Iris cruzó la puerta del salón de espera y entró en su consultorio acompañada de su tío Will. Era tan pura, tan inocente. Tenía la piel sedosa y la figura como de espiga de arroz; sonrisa clara como de agua de manantial y los ojos de un vivo color aceituna, pero su rostro, era el de la tragedia.
El Dr. Harper tenía ya algo de experiencia con ese tipo de casos, aunque nunca se había enfrentado a un reto como el que representaba la pequeña Iris.
La criatura sufría de lagunas mentales, una condición muy seria para su edad. Muy a menudo se encontraba en lugares desconocidos con gente extraña sin el más mínimo recuerdo de cómo había llegado hasta allí. En todas las ocasiones en que aquello le había ocurrido sólo recordaba unos extraños murmullos que creía haber escuchado minutos antes de perder la conciencia.
El médico vestía su uniforme fresa con dibujos de dinosaurios, aquel que usaba cuando la niña llegaba. La pequeña lo hacía reír, a menudo jugaban damas chinas o monopolio mientras sostenían largas pláticas; eso cuando tenía ganas de jugar porque a veces llegaba triste y simplemente se sentaba a ver correr la lluvia por los cristales. Decía que los días nublados la ponían melancólica.
Harper sabía ya que la niña tenía diez años, que había asistido a una estricta escuela católica de un poblado cercano y que antes de llegar con Will había vivido con su madre y su padrastro, un capitán de barco retirado, profuso bebedor y padre de dos hijos que se había casado con la viuda cuando Iris contaba con cinco años. Ella preguntaba constantemente por el tío Will, ignoraba por qué ahora vivía con él aunque estaba claro que no era su padrastro. - ¡Jesús! - ¡Menos mal que no lo era!- Sus días de visita, siempre repentinos eran impredecibles; bien podían terminar con un juego de mesa o con una revelación terrible de los secretos que ocultaba en lo más profundo de su mente.
  • ¿Qué dicen los murmullos Iris? – Preguntó el médico.
  • ¡No quiero ir! - respondió la niña.- ¡Váyanse! ¡Váyanse!
El temor reflejado en el rostro y la voz temerosa de la criatura hicieron que el médico se estremeciera en su silla, entonces decidió sacarla de la hipnosis.
- Uno, dos y tres. Un leve chasquido le hizo abrir los ojos húmedos.
Ella abrazó a su doctor que la consoló tiernamente, pasando con dulzura la mano por sus cabellos rubios.
  • Ya pasó... ya pasó... estás a salvo conmigo...
Un poco más recuperada pasó su manito por los ojos secándose el rostro, el médico la interrogó.
  • ¿Te sientes mejor?
  • Si... mejor... – dijo la niña. ¿Por qué estaba llorando?
  • Ya no tiene importancia... ¿Quieres que el tío Will te lleve a casa?
  • Si... quiero ver a Jhon antes de que se tenga que ir a la cama...
Se bajó del diván y avanzó hasta la puerta que daba a la recepción en donde Will trataba de componer los retazos de su rostro y de comprender aquel panorama confuso en que se había convertido su existencia.
  • ¿Nos vamos tío Will? – dijo la conocida voz infantil.-
Will observó al médico que hizo un ademán de aprobación antes de contestar.
  • Si mi amor, sigue que enseguida salgo...
La niña salió del consultorio aún triste, sin embargo, no olvidó lanzar un beso al médico antes de salir y despedirse de la enfermera. Los hombres la vieron marcharse.
- ¿Se siente usted bien? – preguntó el doctor al hombre - Le puedo recetar un medicamento si desea.
  • No doctor, con lo que está haciendo por nosotros es suficiente. Gracias.
Will salió cabizbajo y meditabundo arrastrando su pesar como un fantasma carga con sus cadenas eternamente, como un condenado a muerte, trastornado y lánguido, dobló la esquina del recibidor y desapareció por el pasillo.
IV
Silvia, ya más restablecida, cambiaba los vendajes de sus muñecas en la salita de lectura, había estado tranquila toda la tarde. Su día había sido el acostumbrado, dejar a su marido en el trabajo y a su hijo en la escuela, las compras, la comida, el arreglo de la casa, lo único diferente fue que debió atender al hombre que terminaba de enlucir la pared de la cocina, pero hasta esa pequeña visita le había hecho bien. Eran las tres, Jhon estaba a punto de llegar de la casa de un amigo de la escuela. Silvia recordó que aún le faltaba el aderezo de la ensalada que tanto le gustaba a su hijo y se apresuró a terminar para salir un instante a la tienda, casi finalizaba cuando escuchó un grito que provenía de la cocina.
  • ¡Mamá! ¡Maaaamááá!
Corrió desbocada ante la voz desesperada de su hijo que parecía predecir una tragedia y en un instante estuvo parada frente al chico que observaba un montón de platos rotos en el suelo recién pulido.
  • ¡Jhon! ¿Por qué has hecho esto?
  • ¡Pero si yo no fui mamá!
  • Entonces a lo mejor fui yo... ¿verdad? ¡No mientas!
  • ¡Pero mamá...!
  • ¡A tu cuarto! ¡Te quedarás allí hasta que llegue tu padre!
El muchacho avanzó con aire de resignación y subió las escaleras. Silvia disponía de una gran bolsa para guardar los desperdicios a los que había quedado reducida su mejor vajilla cuando se escuchó el portazo del cuarto de Jhon. Y pensar que hasta le había dado permiso para ir a la casa de un compañero del colegio aún en contra de las órdenes de Will. ¿Pero qué le estaba pasando?
¡Habrá que corregirlo! – pensó- ¿Y quién mejor que su padre para hacerlo? Si, hablaría con él y le contaría lo ocurrido con los platos.
V
El amanecer dejaba entrar la luz por las ventanas del piso superior de la casa, por detrás de las colinas, el disco inflamado hacía su aparición apoderándose del cielo. Will se asomó y observó las violetas.
  • No abras la ventana todavía... - Dijo susurrante una voz femenina.
Rebecca, acostada en la cama, al lado de la ventana, trataba de despojarlo de sus pijamas.
  • Jhon tiene que ir a la escuela... – dijo él en tono leve-
  • No, no... dale dinero al chico y que trague en la puta escuela... ¿Por qué no vienes acá y nos quedamos todo el día entre las sábanas?
Ella lo tumbó en la cama boca arriba y lo montó con pericia.
  • ¡¡¡¡Yo puedo darte lo que la imbécil de tu mujer no te da!!!!
Y se dejó acariciar por aquella extraña que descubrió en su cama esa mañana, hasta que el recuerdo de su mujer lo hizo reaccionar intempestivamente.
  • ¡No! ¡Te lo he dicho mil veces! ¡No me gusta que hables de ese modo! Jhon está teniendo problemas en clases, ayer me llamó la directora... ¿Hablaron contigo?
La mujer rió a carcajadas mientras tomaba un cigarrillo de la mesa de noche de Will.
  • No... a lo mejor el tarado de tu hijo está tan loco como la madre...
  • ¡Ella no está loca! ¡Te lo advierto... deja a Silvia en paz!
Will la tumbó en la cama de un manazo y salió del cuarto alejándose por el corredor orquestado por las carcajadas distorsionadas de la mujerzuela y el humo del tabaco que expedía por sus fauces.
Minutos después, Will besaba a su esposa en la frente mientras la suave brisa dejaba entrar el aire perfumado de violetas por la ventana de la sala.

VI
El atardecer caía en el campo y el aire empezaba a enfriar, Jhon, de pie en la puerta, bebía un sorbo de café mientras observaba a la joven juguetear divertidamente. Se enredó en el suéter de mullida lana azul antes de acercarse. Estaba alto... era casi un hombre cuando descubrió a la extraña joven que se columpiaba en la entrada de su casa.
- ¡Yo rompí los platos! - Dijo ella cuando lo vio acercarse.
El chico la observó por algunos minutos.
Movía las piernas como una chiquilla, perdía la mirada de vez en cuando entre los árboles como buscando alguna ardilla traviesa y se mordía las uñas de la mano izquierda. Al final el joven atinó a preguntar algo.
¿Por qué lo hiciste?
Porque tu papá me echó la culpa de haberte dado permiso para que fueras a casa de tus amigos luego del colegio.
Pero si tu...
Fue Silvia, ya lo sé... – interrumpió ella.- ¡Pero fue más fácil echarme la culpa! ¡¡Estoy harta de que me culpen de todo lo que ocurre!!
Jhon bebió un largo sorbo de café. - ¿Quién eres? – preguntó algo confundido.-
- Cindy -
¿Y dónde está mi mamá, Cindy?
Adentro, con las demás... ellas no quieren que salga... – susurró en secreto.-
¡¿Ellas?!
Shuuu... son muchas... muchas... hay que tener cuidado... no debemos hacer ruido, si Olga nos escucha... podría matarla o esconderla y nunca más volverías a verla...
¿Quién es Olga? – preguntó el joven.
¡Ella es mala! – respondió.-
¿Le contarás a mi padre lo de los platos? Él cree que fui yo...
¡No lo haré... que te culpe igual que me culparon a mí!
¿Quién te culpó?
Todos... mis maestros... la hermana Azucena... ella siempre dice que yo soy la culpable de todo... hasta de... guardó silencio un minuto mientras reproducía alguna imagen congelada en algún resquicio de su memoria.
¿De qué? – dijo Jhon intrigado.-
Y observó las primeras lágrimas aparecer en el horizonte de sus ojos verdes. Sintió deseos de consolarla, dejó la taza en la escalera y la abrazó fuertemente, ella sintió sus firmes brazos y correspondió. Se parecía tanto a su padre.
Pero abruptamente se rompió el contacto y lo apartó con tanta violencia que casi lo tiró cerca de la escalera. Cindy se llevó las manos a la cabeza mientras gritaba desesperada.
¡Diles que se callen!
¿A quiénes? – preguntó el joven.-
¡A los murmullos! - No... no quiero ir con ustedes... ¡váyanse! ¡Váyanse!
Y la muchacha desapareció por la puerta de entrada de la casa tumbando la taza de café que se estrelló contra el piso manchando algunos pensamientos.

VII
¡Ella no vendrá! –
Dijo la anciana sentada en el enorme diván de cuero rojo del consultorio y sosteniendo las manos en actitud de oración.
¿Por qué? - Preguntó el médico.-
Ave María purísima... No lo sé, pero no quiso y quizás sea mejor así... ese demonio... ¡Jesucristo! – le tememos muchísimo.
¿Quiénes le temen?
¡Todas! ¡Cada una!
Está bien... – dijo el médico- Soy el doctor Harper... ¿Cuál es su nombre?
Soy la madre Azucena, del Convento de las Madres Conceptas del Sagrado Corazón de María.-
- Es un placer conocerla hermana... dígame, ¿Cuántos años tiene de ordenada?
- Cuarenta, ingresé jovencita en los caminos del señor, a los 16... supongo que usted es el doctor de quien tanto hablan Iris y Cindy, pero... ¿Para qué busca a Olga?
Deseo conversar con ella...
¡Jesús! ¿No es usted uno de esos amigotes? ¿Esos que la inducen a hacer cosas malas?
¿Cosas malas? - Interrogó el médico.-
Si... Olga hace cosas malas con la pequeña Iris y contra la pobre Silvia... una vez la obligó a... Y la hermana se detuvo de inmediato, como recordando alguna prohibición de alguien a quien temía más que a nada bajo el cielo.
- Oh... no puedo hablar de eso... las culpa de ser débiles, pero si son dos almas de Dios... Iris, por ejemplo, es solo una niña y se asusta de cualquier cosa.
¿De qué cosas se asusta Iris hermana?
¡Le tiene terror a su padre!
¿Al Capitán Morgan?
Si... bueno, él no es su padre es su padrastro... ¿Sabe? Pero él es un hombre bueno, caritativo y creyente en la palabra del señor, pero la niña dice que...
¡Oh no Dios mío! ¿Qué iba a decir? No puede ser... ella es una mentirosa compulsiva... ¿Sabe? Los niños de esa edad a veces se vuelven muy mentirosos y si no los corregimos pronto pueden volverse mitómanos.
¿Pero por qué Iris diría mentiras hermana?
Porque no le gusta su padrastro... El capitán es muy cristiano... muy devoto... ¡No! ...tiene que ser una mentira de Iris, esa pequeña bribona. Le he dicho del pecado, del fuego del infierno...
Y empezó a persignarse en un acto involuntario y mecánico mientras observaba una cruz de madera tallada que exhibía el médico en una pared del consultorio. Le fue necesario a Harper tomarla firmemente por los hombros para hacerla reaccionar.
Hermana... ¡Dígame! – Las palabras del médico alteraron a la mujer.
¡Santo Dios...! ¡Es un buen hombre! ¡No es cierto lo que ella dice!
- Madre... – dijo el médico.- Silvia está enferma y debemos curarla si no lo hacemos morirá... pero antes debo saber que fue lo que la enfermó... ¿Qué hace el Capitán con Iris? ¿Ella se lo ha dicho?
Pero el pensamiento de la hermana estaba lejos ya, susurraba extractos bíblicos, frases salomónicas y textos benditos que la mantenían segura y lejos del mal, a ellos acudía cuando sentía miedo. De pronto se llevó las manos a la cabeza y se estremeció.
¡¡¡¡Allí están otra vez!!!! - Harper la soltó.-
¿Quienes? - Dijo el hombre.- ¡¿Quiénes?!
Los murmullos... - dijo la mujer asustada.- ¡Esos murmullos que vienen cuando otra se acerca...!
Y tronaron con fuerza las palabras de la anciana que imbuida en el gris hábito que le infundían sus creencias recitaba: ¡Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre...!

CONTINUARÁ...