martes, 10 de septiembre de 2013

CUENTO LA MATA DE CUNO CUNO


Bajando por un senderillo que serpenteaba en la basta llanura, cerca de una quebrada oculta por una mora de desvencijadas ramas, se hallaba la cueva de la vieja Cata. Vivía la bruja desde inmemoriales tiempos en una comarca de campesinos, labradores y pastores en el frío páramo serrano. No hablaba con nadie, pero se la podía observar de lejos sentada en la punta de una formación rocosa conocida como la “uña del diablo”, fumando un puro y observando a los pastores de quienes no perdía ni pie ni pisada. Con el cuero viejo y arrugado y el espinazo arqueado como ave de rapiña, con los cabellos negros que como puyas aparecían debajo de una especie de sombrero que le proporcionaba una apariencia siniestra, esperaba que las sombras cubrieran la campiña para preparar brebajes, hechizos y pociones que sólo se podían hacer bajo el cobijo de la luna cómplice. Siseaba una tétrica cancioncilla aprendida de un viejo brujo de quien había sido aprendiz y que según le dijo, servía para alentar a las ánimas a que vinieran en su ayuda.

Tenía mirada de lechuza y era imposible calcular su edad pues, el más viejo de la zona que ya tenía nietos grandulones, decía recordarla vieja cuando él mismo era un mozuelo.

Sin la posibilidad de sobrevivir de otra cuestión que no fueran las artes oscuras, muchas veces robaba de aquí y de allá animales pequeños como gallinas y becerros que le servían para subsistir en un ambiente cada vez más hostil; sin embargo, y a pesar de que todos sabían de sus hurtos ocasionales, nadie se atrevía a lidiar con ella pues les aterraba que pudiese echar el “mal de ojo” sobre el que osara molestarla.

Entre las pocas posesiones de la bruja se hallaba una vieja varita hecha de plumas de arpía, heredada sin duda de su madre; un fogón teñido de todo el hollín del tiempo y un caldero, pero ninguna de sus pertenencias era tan importante como una mata a la que solía llamar “Cuno Cuno”. El extraño arbusto tenía el tronco rojo carmesí y las hojas de un amarillo más intenso que el sol, casi como el oro y para vivir, no necesitaba de más luz que la que ella misma se proveía. Recordaba Cata las muchas recomendaciones que le hiciera su antiguo maestro cuando se la confió:

Provéela de líquido, cualquiera que éste fuera; si quieres transportarla solo debes meter en tu bolsillo una hoja dorada y colocarla sobre el sitio que escogiste y renacerá para servirte nuevamente; pero escuchar debes este consejo atentamente: Trátala como tu posesión más preciada y ámala, pues no sabe contener su poder cuando se siente odiada”.

Crecía el árbol fuerte y frondoso en una esquina de la cueva, las raíces se incrustaban en la tierra y el tronco se elevaba por fuera del hogar de la anciana. Tenía muchas propiedades mágicas, por ejemplo, podía curar casi cualquier enfermedad, sus flores emanaban un perfume delicioso al que las indígenas atribuían cualidades esotéricas sobre sus maridos, además, daba los frutos más variados en cualquier época del año, sólo bastaba frotar una vez al día sus hojas pronunciando las palabras mágicas:

Matita de cuno cuno, color de la mantequilla
Ante ti acudo muerta de hambre
Dame sandías, peras y granadillas
¡Dámelas en este instante!

Y las hojas amarillas del árbol se sacudían estremeciendo la tierra, las raíces parecían cobrar vida y el tronco vertía un líquido sanguinolento como si estuviera el árbol pariendo el pedido hecho. De pronto, de sus entrañas salían las frutas del tipo deseado; para obtener otras solo había que cambiar los versos de forma conveniente. Así, podía dar en la mañana sandías, moras, frutillas y avellanas y en la noche granadillas, manzanas, uvas y peras; mas, siempre exigía que el pedido se hiciese luego de frotar sus hojas e invariablemente en verso. Cata la tenía en un lugar especial de la cueva protegida de los roedores y de los animales de las cercanías.

Un buen día la vieja salió a sus andanzas nocturnas a ver que podía hurtar y se encontró con un pequeño chivo. Jadeante llegó a la cueva con el animal a cuestas que entre chillidos y cornadas finalmente se dejó atar en una asta justo en la entrada de la cueva.
Hacía tiempo que los indios habían reforzado la seguridad de sus corrales por lo que la dieta de Cata estaba restringida a los frutos de la mata, así que el hecho de tener ante ella semejante ración de suculenta carne le desaguaba la boca.
Se preparó entonces para el banquete, pero se dio cuenta que no tenía especias para sazonar ni legumbres para acompañar el plato principal y decidió ir al pueblo para traer lo que le hacía falta. Se marchó presurosa no sin antes advertir al pequeño chivo:

  • ¡Cuidado con comerte mi matita de Cuno Cuno porque si lo haces te mueres antes de que yo te mate! –

Y dicho esto se marchó por la campiña repartiendo maldiciones a los pocos campesinos que encontraba por el camino.
El chivo, que había estado perdido cerca de una semana sin alimento ni bebida, se saboreaba las hojas del árbol que lucían apetitosas ante la luz del atardecer que las bañaba; tiró y tiró y tiró del palo al que estaba amarrado hasta que se soltó y hambriento cayó sobre la mata y la devoró completamente.

Ya de regreso en la cueva la vieja sorprendió al chivo masticando el último pedazo de la que había sido su adorada planta. Se tumbó sobre una silla y allí mismo observó una pequeña hoja que se había salvado de la cena y empezó a frotarla diciendo:

Matita de cuno cuno, color de la mantequilla
Ante ti acudo muerta de hambre
Dame sandías, peras y granadillas
¡Dámelas en este instante!

La cabra lanzó un balido de dolor mientras se iba hinchando de frutas como un pavo relleno, tendida panza arriba, en medio de la cueva, se retorcía mientras el arbusto se transformaba en cuantas frutas podía.

  • Ese es tu castigo por haberte comido mi matita de cuno cuno y ahora, en pago, me darás tu posesión más preciada –
El hinchado chivo, que ya a esas alturas estaba a punto de reventar, convino en ceder sus cachos pues no podía retornar lo robado al lugar de donde lo había tomado. Y luego de despojar de los cachos al animal, la bruja se metió la hoja en el bolsillo del harapiento vestido y salió de la cueva, el chivo emitió un último gemido y explotó dejando las pepas de las frutas chorreando las pareces mugrosas.

La vieja se marchó al río a coger agua con los cachos del chivo, pensaba por lo menos tomarse un té, pero el río, más correntoso ese día que cualquier otro, se encontraba de verdad enfurecido. Cata quiso agacharse un poco, pero una rama la tumbó en la orilla soltando los cachos que se fueron con la corriente. Sacó nuevamente la varita y habló al río furiosa:

¡Río devuélveme mis cachos! ¡Cachos no eran míos! ¡Cachos eran de chivo que se comió mi matita de Cuno cuno!

Dos veces repetido el conjuro y sin la posibilidad de retornarle los cachos exigidos, el río le obsequió un fruto de sus entrañas. Un enorme pez cayó sobre la cabeza de la anciana bruja. Ella muy diestra en las lides de la preparación de alimentos lo separó de las tripas y lo rebanó en filetes. Levantó un fuego en medio de la campiña y se dispuso a disfrutar la cena, corriendo fue hasta unos árboles cercanos a tomar hojas que sirvieran como platos cuando un fuerte olor a quemado invadió los alrededores, pero cuando Cata estuvo de regreso ya era muy tarde, la candela había quemado hasta el último pedazo del gran pez regalado por el río. Más furiosa que nunca la vieja tomó su varita y reclamó al fuego:

- ¡Tulpa! ¡Devuélveme mi peje... peje no era mío... ¡¡¡¡Peje era de río, río llevó cachos, cachos no eran míos, cachos eran de chivo que se comió mi matita de Cuno cuno!!!!

El fuego le devolvió una olla en retribución al pez, la vieja no vio con buenos ojos el regalo, pero no le quedó más que aceptarlo, pensó en ir a la mañana siguiente al mercado del pueblo para vender la olla y comprar algo de comer, pero viendo una vaca pastar muy cerca de donde estaba decidió ir a robar un poco de leche y avanzó por la penumbra escondiéndose entre los arbustos y se sentó en la hierba cerca de las ubres de la vaca. Estaba en sus labores cuando el soberbio animal le dio tal patazo que la mandó a diez metros con todo y olla dejando el utensilio clavado en un filoso madero. La vieja nuevamente furiosa tomó su varita y exigió a la vaca:

¡Vaca! ¡Devuélveme mi olla! ¡Olla no era mía, olla era de tulpa! ¡Tulpa quemó peje! ¡Peje no era mío! ¡Peje era de río! ¡Río llevó cachos! ¡Cachos no eran míos! ¡Cachos eran de chivo... que se comió mi matita de Cuno cuno!

La vaca, viendo a la vieja envuelta en un aura demoníaca, juntó toda su energía y le obsequió un queso que la mujer se llevó de vuelta a la cueva. Buscando con qué partirlo estaba, la odiosa bruja, cuando un perro atraído por el olor se acercó despacio y se lo tragó. La anciana se dio cuenta y temblorosa y llena de rabia se acercó al can con su varita repitiendo el reclamo.

¡Perro! Devuélveme mi queso, queso no era mío, queso era de vaca; vaca, quebró olla, olla no era mía, olla era de tulpa; tulpa quemó peje, peje no era mío, peje era de río; río llevó cachos, cachos no eran míos, cachos eran chivo que se comió mi matita de Cuno cuno.

Y de igual forma despojó al perro de lo que le era más preciado, sus pelos, y se dispuso hacerse con ellos unas medias para el frío, se sentó pensando en lo caliente que iba a tener los pies cuando terminara su labor cuando una voraz ráfaga la dejó nuevamente sin nada. Otro reclamo esta vez al atrevido ventarrón varita en mano:

- ¡Viento! Devuélveme mis pelos.... pelos no eran míos, pelos eran de perro, perro comió queso, queso no era mío, queso era de vaca, vaca quebró olla, olla no era mía, olla era de tulpa, tulpa quemó peje, peje no era mío, peje era de río, río llevó cachos, cachos no eran míos, cachos eran de chivo que se comió mi matita de Cuno cuno.

Y hubo entonces un cambio brusco en el clima, las nubes se agitaron y huyeron despavoridas llevándose a los pájaros con ellas. No se escuchaba un solo insecto, las golondrinas se habían guardado lejos y los grillos no cantaban más cuando de pronto el viento trajo volando una gran casa, magnífica, con balcón, balaustres de marfil y lámparas de carey y la depositó justo en los pies de la bruja. Se escuchó una voz gruesa que parecía haber salido de las entrañas del mundo que le dijo: - ¡Es tuya!- Y la mujer saltó de alegría, nunca pensó que sus reclamos le darían tal premio, después de todo, ella se lo merecía por haber perdido tantas cosas: los cachos del chivo, el peje del río, la olla de la tulpa, el queso de la vaca, los pelos del perro y su adorada mata de Cuno cuno.

Entró en la casa sintiéndose propietaria de semejante maravilla y saltó tanto de felicidad, que sin darse cuenta dejó caer la última hoja que le quedaba de la planta dentro de la nueva mansión. Entonces se estremeció la tierra y de la hoja salieron raíces que se clavaron en la sala y creció el tronco rojo tan fuerte que atravesó el segundo piso y el techo. Las hojas doradas empezaron a salir mientras la vieja lloraba y gritaba maldiciendo a la planta por haber destruido su casa olvidándose de las palabras de quien alguna vez se la dio y con el odio más grande reflejado en el rostro se dirigió a ella:

Que pesar me da verte vivita
Tras suerte tan incierta
Mejor te hubieras quedado muerta
¡Planta maldita!

Y el árbol se cobró la ofensa de la peor forma imaginada, desprendió de la tierra una de sus raíces con la que atravesó a la vieja como una hoja de lechuga traspasada por una filosa espada. Luego, las ramas estremecieron el árbol y en medio de un espectral y tétrico siseo, las ánimas se llevaron lo que quedaba de aquella inhumanidad.

Aún puede observarse la mata de Cuno Cuno en las cercanías del páramo, apagada y fría, sin ramas, frutos y flores; sus hojas ya no tienen el hermoso color dorado del sol ni su tronco el intenso rojo carmesí, pues, en su venganza, olvidó el árbol su forma única de perecer; su propia vida estaba atada a la suerte de su dueña y con ella muerta, la planta también debía fallecer.

Mónica Carriel Gómez
Del libro “Cuentos del chofer y la lavandera”



4 comentarios:

  1. Me podria indicar la editorial y el anio de publicacion de esta historia. Yo he llevado mucho tiempo tratando de recordar esta historia que mi abuelita me contaba cuando era ninio antes de dormirme. Muchas gracias por compartirla.

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  2. Muy pronto estará publicada querido amigo! Gracias por leer!

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  3. Increíble!!! Mi abuelita me contaba este cuento todas las noches antes de dormir. Me trajo muchos recuerdos. Por favor avisame donde puedo conseguir el libro!

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  4. Mi abuelita también me contaba este cuento para dormir pero el escenario era otro pero la esencia del cuento es la misma..

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