martes, 10 de septiembre de 2013

NOVELA CORTA "MURMULLOS" ENSAYO (PARTE DOS)



VIII
Las sonoras carcajadas de Rebecca retumbaron entre los muros de la habitación.
¡Will sigue enamorado de la imbécil de Silvia!
-¡No te preocupes Rebecca... Los días de esa idiota están contados!
Favor que te deberé mi querida Olga, será un placer que me despejes el camino...
No te equivoques zorra barata, quiero a Will para mi, pero primero tengo que acabar con la inmunda de Silvia.
¡¿Silvia?! Es tan insignificante que hasta me da lástima. ¿Por qué la odias tanto?
Olga observó a Rebecca por el espejo de carey que colgaba de la pared norte de la habitación.
¡Por débil!
IX
¿Quién es la niña más linda de la casa? - Preguntó Eva a su pequeña hija.
¡Yo! – Respondió la criatura emocionada.-
¿Y cuantos años cumples hoy?
¡Cinco! – señaló con sus deditos regordetes.-
Vamos a sacar el pastel del horno para encender las velitas... vas a ver que rico el pastel que mami te hizo.
Eva retiraba el cake del horno mientras tarareaba el happy brithday cuando el timbre del teléfono la interrumpió.
Voy a contestar el teléfono nena... ¿Me traes los platos mi amor?
¡Sí! - dijo la niña.-
Se empinó sobre la estantería y tomó varios platos y cucharas y los puso sobre la mesa. Luego sacó de la nevera una gran jarra de leche que parecía que se le caía de las manos y cinco vasos; ubicó todo en los respectivos puestos y escuchó que algo le dijo su mami al capitán antes de entrar nuevamente en la cocina.
Vaya... qué rápida eres... ¿Quieres ver que mami también es rápida? Vamos a hacer esto... mami tiene que salir un momento a ver a un señor que está muy enfermo, pero regresa enseguida. Tu me esperas aquí calladita sin molestar a tu papi... vas a ver que no me demoro... ¿sí?
Bueno... – dijo la niña.-
Si quieres puedes mirar el reloj para ver cuantas rayitas tardo en regresar.
Eva dio un beso a su hija y se marchó poniéndose un impermeable grueso.
Morgan dejó a un lado el periódico y observó a su mujer correr por la lluvia y encender el auto que estaba frente a la casa. Una vez que la vio alejarse por el camino, se levantó con la dificultad que le permitía su voluminosa humanidad, tomó la botella de ron y atravesó el vestíbulo entrando a la cocina en donde encontró a la dulce niña observando el reloj.
¿Qué hace mi chiquita?
Espero a mi mami.
El hombre pasó sus ojos por las formas infantiles y sonrió lujurioso antes de preguntar: - ¿Quieres jugar un juego nuevo?
La niña lo observó divertida encantada de complacer a su padrastro asintiendo con inocencia.
Entonces ven... - dijo él.-
Y el hombre tomó a la niña de la mano y se marchó con ella escaleras arriba.
X
Recostada en el diván del Dr. Harper Iris revivía su tragedia.
¿Qué pasó cuando fuiste al cuarto con el capitán Morgan?
Me sacó la ropa... y yo me escondí en el ropero de mi mami... yo no quería que me encuentre... y me haló de mi pelito... me arrastró y me besó como la besaba a mi mamita... y me tapó la boca para que no gritara! – La niña empezó a gemir y a mover la cabeza con desesperación balbuceando, entre las lágrimas, cosas que en un principio parecían incoherencias, pero que resultó ser una desesperada invocación al más primario de los impulsos.
¡¿Ven?! ¡Ayúdame!
¿Quién tiene que venir Iris? ¿Quien? – interrogó el médico.-
¡Olga! ¡Has que se vaya!
Harper observó impávido la revelación de la pequeña mientras la miraba retorcerse desesperada arañando el lustroso cuero rojo del inmenso diván del consultorio.

XI
Eva llegó temprano ese día, apenas bordeaban las dieciséis, aún las rosas no se cerraban y el atardecer no tendía su manto negriazul en el cielo cuando estacionó el auto, con esfuerzos se quitó el cinturón de seguridad, debía recordar llevarlo a arreglar, recogió la funda de comestibles, el abrigo, la cartera y bajó del vehículo para entrar en su casa. Se extrañó de no encontrar a nadie, fue a la cocina y vio los rastros de la ebriedad tumbados por las esquinas del comedor. Las botellas de wiskye, las colillas en el piso y los vasos sobre la mesa contaron a la mujer que su marido no había bebido sólo ese día. Dejó los comestibles sobre el mesón y avanzó por el pasillo que daba a la escalera, miró a su alrededor y no pudo escuchar nada. – Se habrán marchado a buscar más licor.- Pensó.- ¡Qué cruz! Y pensar que habían pasado diez años desde que se casó con Morgan, diez en los que muy pocas veces lo había visto sobrio.
¿Pero donde estaba Silvia? Seguro que en la casa de una amiga y como de costumbre sin pedir permiso. ¡Estas adolescentes! Era una buena chica, pero ya le había dicho que trajera a sus compañeritas a casa para poder conocerlas mejor. Hablaba con tanta vehemencia de ellas que ya Eva sentía curiosidad por conocer a Iris, Cindy y Rebecca, con quienes su hija charlaba hasta dormida. Dejó las llaves en el buró de la entrada y pasó por la sala, abrió el armario y dejó su abrigo y la cartera sobre el mueble, cerca del teléfono. Se daría un baño antes de que la tropa de alcohólicos regresara, seguro querrían comer y no habían nada preparado, así que se encaminó hacia la escalera cruzando el recibidor y la sala. Fue justo en el primer peldaño cuando empezó ese atardecer de espanto.
Escuchó los quejidos de una niña que venían desde el primer piso y se detuvo. Parecía Silvia, pero su voz sonaba infantil, continuó el ascenso con cuidado de no hacer ruido y oyó las carcajadas escandalosas de una mujer que reía como una cualquiera y una jovencita que gritaba improperios. Avanzó por el corredor del primer piso y ya sudaba frío; lívida, temblorosa, compungida y pálida abrió la puerta del cuarto de su hija y compartió con ella, por primera vez, su terrible historia.
Parecía una azucena marchita, desnuda, tumbada de rodillas sobre un catre y doblada sobre su vientre, detrás suyo, el monstruo mayor se exhibía frente a su público que esperaba su turno impaciente, entonando la obertura al ritmo de sus dígitos y relamiéndose, como esperan las hienas jóvenes que el rey de la manada se halla hartado, para repartirse los despojos.
Eva observó por un instante antes de que el hijastro primero la viera parada en la puerta del dormitorio, se apuró el mozalbete en guardar sus vergüenzas ante su madre postiza y ni siquiera se molestó en tratar de salir por la puerta sino que se abrió paso por la ventana saltando hasta los brezos que cubrían el jardín anterior de la casa. Los otros tres le imitaron.
Morgan no la había notado hasta que la propia Silvia vio las lágrimas brillar al ocaso en el rostro quebrado de aquella que era su madre.

XII
Will había recibido la nota del Doctor. Cuando llegó al trabajo, luego de dejar una carga muy cerca de allí, pasó de inmediato por donde el médico.
¿Cómo está doctor? ¿Iris hizo algún progreso? ¿Qué es lo que le pasa a mi ángel?.-
No puedo decírselo todavía William... ¡Es necesario que le digamos la verdad a Silvia hoy mismo!
¿Pero por qué?
Iris me ha confesado algo sorprendente esta mañana... ¿Qué sabe usted sobre la familia de su esposa?
Bueno, ella no tiene familia... su padre falleció y su madre se unió en segundas nupcias a un capitán de barco que tenía dos hijos, él crió a Silvia desde los cinco años hasta que ella huyó luego de la muerte de su madre cuando tenía quince.
¿Cómo murió la madre de Silvia?
En un accidente, le fallaron los frenos y se fue por un barranco, Silvia iba con ella, pero salió despedida por la ventana.
¿Su padrastro también murió verdad?
Si... tengo entendido que luego del funeral de doña Eva y de que Silvia se marchó, un desconocido entró a la casa y lo acuchilló mientras dormía, mi mujer se enteró después por la prensa.
¿Y qué fue de sus hijos? ¿También murieron?
No lo sé... fue una época violenta. No vivía muy lejos de allí y recuerdo bien la muerte de una de las monjas de la congregación, de dos jóvenes marineros y de dos borrachos que iban a su casa luego de la juerga acostumbrada, nunca se supo quien cometió los crímenes. Algún criminal errante pensamos todos.
- ¿Qué diría usted si yo le dijera que esta mañana, mientras conversaba con Iris, he descubierto a la culpable?
William observó la seriedad del médico y no pudo evitar que le temblaran las piernas al pensar que aquello tuviera que ver con su esposa.

XIII
Sentada en el filo del diván Silvia observaba la habitación finamente decorada. Sabía que era la primera vez que la visitaba, había algo en ella de familiar aunque no pudo determinar que era.
El médico se sentó delante de ella y no pudo evitar observar las muñecas de la mujer ya sin vendajes, pero aún con las huellas de lo que había intentado hacer con su vida.
  • Bonito consultorio... dijo ella.-
  • Gracias... respondió el médico.-
  • Algo en él me es familiar, pero no recuerdo que.- Harper cambió la conversación.
  • ¿Entiende por qué está aquí Silvia? – Preguntó.
Ella lo miró con vergüenza. – Dicen que intenté suicidarme, pero yo no lo recuerdo doctor.
  • Cuando se la llevaron los paramédicos dijeron que estaba usted murmurando cosas, palabras extrañas...” - Ella lo miró con rostro indefinido- ¿Lo recuerda? – Interrogó el médico.-
No obtuvo respuesta de parte de la mujer. Silvia miró a su esposo sentado frente a ella en una esquina del consultorio.
  • Señora Newman... ¿fuma usted? – volvió a preguntar.
La mujer se calmó un poco; era una pregunta sencilla.
- No doctor. – dijo ella - soy asmática, el humo del tabaco es mortal para mi.
  • ¡Si fuma! - corrigió Will.- Mentolados, con o sin filtro y en algunas ocasiones también habanos.-
Silvia quedó atónita. ¿Habría entendido mal la pregunta?
  • ¿Bebe? - Volvió la interrogación del médico.
  • Nunca – contestó ella -. El alcohol me da náuseas.
El psiquiatra miró al testigo.
  • Puede empezar a beber conmigo y seguir bebiendo cuando yo me haya quedado tirado bajo la mesa. – Dijo Will.-
Silvia no entendía lo que ocurría, su esposo mentía de una forma tan descarada. ¿Pero por qué lo hacía? ¿Con qué interés?
  • El médico prosiguió. – ¿Sufre de alguna otra enfermedad?
  • Soy diabética... – respondió ella.-
  • ¿Y supongo que se inyecta insulina?
  • Por supuesto...
  • ¿Con qué frecuencia?
  • Tres veces al día, no puedo vivir sin mi dosis... Y vuelta el marido con la corrección.-
  • Si se inyecta hoy pueden pasar semanas antes de que necesite una dosis nueva.
De pronto Silvia no quiso escuchar más. - ¿Por qué dices esas cosas de mí? – Replicó.- ¿Por qué mientes?
Harper tomó su mano y la tranquilizó un poco.
  • Silvia, cuando llegó aquí me dijo que el consultorio le parecía familiar... dijo Harper.
  • Si... - respondió.-
  • Y si yo le dijera que no es la primera vez que se encuentra usted aquí...
Ella lo observó con desconfianza.
  • En realidad Silvia esta es la doceava vez que entra usted en esta habitación, pero las otras veces no ha sido usted misma...
Silvia se puso de pie perturbada y empezó a dar vueltas por el consultorio mientras el médico continuaba.
  • Creo que usted tiene una enfermedad de la que no está consciente, necesito hipnotizarla para saber que fue lo que se la provocó.
  • ¡No creo que me sentiría cómoda doctor, además, no veo la razón de todo esto!
El timbre del teléfono se escuchó débilmente fuera del consultorio, entonces algo se activó en su memoria; como en una descomposición cadavérica, Silvia mutó. Su rostro de deshizo como pedazos de un espejo roto ofreciendo una visión cubista de lo que habían sido sus bellas facciones, hablaba con voces diferentes que se mezclaban con las suyas, algunas acusadoras y amenazantes, otras suplicantes, tiernas, sumisas.
¡Son los murmullos! – pensó el médico.- ¡Los murmullos que Silvia escucha cuando otra se acerca!-
Y en el pequeño consultorio retumbaron las carcajadas de Rebecca, el inocente llanto de Iris, los tarareos de Cindy y las plegarias de Sor Azucena... un collage de personas diferentes despertó desde el mundo interior de la pobre Silvia que vivía aprisionada con todas ellas dentro de su cuerpo. De pronto, desaparecieron y la mujer quedó convertida en una sola, quizás en la peor y la más temible de todas ellas.
Olga levantó la cabeza lanzando una mirada de desprecio sobre quienes la observaban desde el otro lado del cuarto. 
 
XIV

Cuando el capitán observó a su mujer apostada en el marco de la puerta y se vio descubierto en el hecho sintió la borrachera bajar por su cuerpo hasta llegar a sus pies. Lentamente dejó a la chica mientras trataba de convencer cínicamente a Eva que él no había hecho más que ceder ante las lascivas insinuaciones de la joven. Silvia se había enredado en una sábana y temblorosa observaba la escena desde atrás de una cortina. Las explicaciones de Morgan y su débil defensa no lograban suavizar el granítico rostro de su esposa. Aseguraba, casi postrado a sus pies, que Silvia estaba loca, que hablaba con gente imaginaria imitando voces de todo tipo, que cambiaba constantemente y que a veces se tornaba violenta, tanto, que era capaz de hacerle daño a cualquiera.
  • ¡Habrá que mandarla a un manicomio mi amor! ¡No sabemos en qué momento se puede volver peligrosa! – Dijo la bestia.-
Y lanzó una mirada acusatoria a la joven reprimida que se había dejado caer en una esquina de la habitación y quiso irse sobre ella a martirizarla más aún para demostrar que tenía razón, mas la madre no podía permitirlo y soltó la frase única que cabía en aquel momento.
  • ¡No la vuelvas a tocar!
Y el monstruo quedó allí, en el sitio, congelado, como el cromagñón que era; disminuido, más que la joven a quien tanto daño había hecho, atemorizado por su mujer en quien no reconocía la gélida la mirada que le había dirigido.

Eva avanzó hasta donde estaba su hija y delicadamente retiró las cortinas, pero aquello que vio debajo no era ella, era un bagazo, una estopa de la pequeña que había sobrevivido al infierno; la abrazó, sintió sus cálidas lágrimas mezclarse con las suyas. Tomó a su hija y sin decir una palabra más ni dirigir una mirada salió con ella de la habitación.

Bajaron las escaleras y se encaminaron hasta la entrada. Eva tomó las llaves del coche mientras abrazaba a Silvia envuelta aún en las sábanas y salió de la casa.
La noche recién nacida lucía serena, nada presagió lo siguiente. Sentó a la chica y le colocó el cinturón de seguridad, dio la vuelta al carro, se sentó al volante y pudo observar la silueta de Morgan que, metido entre las cortinas, escrutaba las sombras desde la ventana del primer piso.
Silvia no sabía lo que pasaba por la cabeza de su madre, pero si sabía que el horror había tocado ese día su última nota. Se alejaban por el camino serpenteante y por primera vez brilló en la luna la esperanza de otra vida, talvez ahora se podría despedir de las demás, después de todo, ellas estaban allí en respuesta a una necesidad que ya no existía y lo más lógico era que por fin se fueran. Pero Eva no estaba bien, lo que había visto era más de lo que podía soportar, simplemente reprimía sus emociones por temor a provocar más dolor en su hija, sin embargo, mientras conducía no pudo más con aquello y reventó el ataque de cólera contra sí misma, contra su rutina, su ceguera y su ignorancia; contra el temor de ser una viuda sola que la había llevado a unirse a semejante abominación. Perdió pronto el control del carro que se fue colina abajo. Eva había pasado muchas veces por aquel lugar y sabía que el bosque terminaba en un profundo desfiladero y que no había tiempo para pensar. Silvia gritaba aterrorizada y su madre en un último intento por salvarla ante lo que sabía era una muerte segura, quitó el cinturón de seguridad que la ataba al coche y abrió la puerta empujándola fuera del auto; pero no pudo hacer lo mismo con ella y se marchó por el peñasco hasta el mismo fondo del desfiladero. La joven observó la columna de humo y fuego elevándose entre los árboles y la invadió una enorme tristeza y se levantó como pudo dirigiéndose a la primera luz que observó en el horizonte.

CONTINUARÁ...

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